28 de abril de 2008

El mismo mar, la misma música

(...)
Escribir como un mercader ruso que está de camino
hacia China: encontró una cabaña. La dibujó.
Por la tarde observó por la noche anotó
al amanecer terminó se levantó pagó y se puso en camino
por la mañana temprano
Es un fragmento de El mismo mar, del escritor israelí Amos Oz. Dediqué la tarde a seguir leyéndolo, fue un regalo que llegó a casa hace dos días. En uno de sus capítulos, el narrador describe la escena cuando se sienta frente a su mesa, con bolígrafo y folios. Y música. Ese día, el Réquiem de Fauré.
Me apeteció escuchar esa misma música. Estaba agradecido por las páginas que acababa de leer. Sabía que tenía ese disco, lo busqué y lo puse. Hace años, una noche compartí la música que se escuchaba en una casa nueva para mí. Mientras dormía en aquella habitación, alguien vino y acercó uno de los dos altavoces del equipo a mi puerta entreabierta. En dos habitaciones distintas, escuchábamos la misma música.

25 de abril de 2008

Por qué me gusta ir a los conciertos











Estas son algunas de las razones que tengo anotadas.
Por percibir los silencios, que existen de manera muy diferente que en las grabaciones. Por escuchar los diálogos que propone la partitura: entre instrumentos, entre ritmos, entre una parte recordada y otra que está sucediendo. Por sentir el apaciguamiento mental y físico que ocurre cuando estoy sentado en la butaca, con la única tarea de intentar escuchar. Por vivir la experiencia de que una persona en el escenario, sola, tenga en vilo y en silencio a todo un auditorio, como en el concierto de la violonchelista Natalia Gutman. Porque la música abre los poros, despierta, nos pone en contacto con lo mejor de uno porque nos dispone a la atención.
Ayer, un conocido que me encontré en el concierto me dijo cuando nos despedíamos: se te envicionas nesto, produce saúde.

La voz de la tierra

Ayer, el solista de violín Marat Bisengaliew intervenía con la orquesta antes del descanso. El tiempo del concierto estaba medido, los horarios se cumplían, hasta que el músico, ante los aplausos del público y la mirada incrédula de la orquesta a su espalda, interpretó dos piezas a mayores y casi parecía que iba a tocar una tercera. Parecía que podía la emoción y su gusto por seguir tocando, además música española (Tárrega, Granados). Pero alguien encendió las luces del escenario y todo aquello se esfumó.
Hace casi dos meses, en el concierto de la Orquesta de cámara de Noruega, al inicio de una de las partes su director se equivocó de pieza. El concertino lo miró, sonrieron, pararon, y empezaron de nuevo con la pieza programada. Hasta ahora han sido las dos únicas salidas de programa que presencié en Santiago. Todo lo demás se adecuó perfectamente a lo planificado.
A mí me gustó ver un error en directo, me pareció que humanizaba la música, que interpretaron magistralmente luego. Cuando ayer el violinista consumía el tiempo del descanso, los músicos de la orquesta lo miraban con signos inequívocos de desaprobación: se está pasando, me pareció leer.
Probablemente lo que me gusta del error, o de ciertos momentos de emoción plena que podrían parecen poco adecuados, es que se producen a pesar nuestro. Parecen tener independencia, exigen su existencia. Una vez le escuché al escritor (y traductor al castellano de Peter Handke) Eustaquio Barjau hablar de algo parecido: lo que él llamaba la voz de la tierra. Dijo que era aquello en donde el hombre no tiene toda la palabra, la voz que se producía donde el hombre no ha gobernado. Y de ahí, según él, venía la calidad única. La misma voz que se escucha en movimientos cíclicos como el caminar, los latidos del corazón o las mareas, y en movimientos más imprevisibles, como una charla entre personas.
Y ponía un ejemplo: si el hombre habla o gobierna en todas las fases, se producen objetos perfectos, aunque todos iguales. Si se deja hablar a la tierra, entonces se producen objetos, seres vivos, con imperfecciones pero dotados de una calidad que los hace únicos. Por eso se puede comprar, decía, un Mercedes por teléfono (todos son igual de buenos) pero no un instrumento musical con una calidad y personalidad propia. Cada uno es diferente, y al músico le gusta escuchar su sonido propio (si es que lo tiene) antes de decidirse. La calidad no tiene nada que ver con el estándar, eso es lo que diferencia a los pianos Yamaha de algunos otros. Dijo esto en una conferencia titulada La lei natural en la música de Debussy, que tuvo lugar en el CGAC de Santiago el 14 de octubre de 1997.
(Hace once años que mis anotaciones de aquella conferencia estuvieron guardadas en una libreta y luego en un ordenador. Ahora pienso en qué tuvo que suceder para que hoy las escriba aquí).

24 de abril de 2008

Descansar en el presente

Cuando escucho música intento descansar en el presente, aunque pocas veces lo consiga. Leí la expresión en un libro de Peter Matthiessen (él la cita, pero no es suya). Y gracias a esas palabras identifiqué una experiencia, que apenas la toco, desaparece. No podría definirla mucho más, pero sí que noto cuando no está ocurriendo. André Compte Sponville dice que la felicidad consiste en conocer lo que es, sin querer utilizarlo, poseerlo o juzgarlo. Eso también me parece descansar en el presente.

22 de abril de 2008










Que lugar tan raro. Entiendo la incomodidad de escribir en un blog. ¡Dímelo a mí!. El verano pasado le conté a un amigo que tenía pensado abrir un blog personal. Cuando llegué a casa en septiembre lo cree: se llamaba qué lugar tan raro. Y empecé a darle forma con un esquema muy sencillo: cada entrada se componía de una foto y un texto. Trabajé en él durante un cierto tiempo, quería tenerlo bastante construido antes de dar la dirección. Y cuando me pareció que ya estaba listo... entonces me invadió el pudor, la insatisfacción, el miedo o quien sabe qué. Y nadie tuvo esa dirección. Por eso, aunque ahora me decido a participar en este espacio, nuevo para mí, comprendo la aparente incomodidad de escribir algo que tiene parte de personal, sin saber quien lo va a leer. La fotografía de esta entrada fue la última que subí a aquel blog. Le falta el texto, pero esa es otra historia. Después de hacer esta entrada eliminaré qué lugar tan raro.

21 de abril de 2008

El efecto de la mera exposición

- ¿Crees que la música posee el poder de cambiar a la gente? Es decir, que si, en un momento determinado, escuchas una música determinada, ésta puede hacer que se produzcan grandes cambios dentro de ti (...)
- Por supuesto -dijo-. Eso sucede. Experimentamos algo y, como resultado, ocurre algo
Este texto es de Kafka en la orilla, de Haruki Murakami. Todos sus personajes recurren a la música sin cesar, le prestan atención, viven a su lado.
El año pasado leí todos los libros de Murakami (!). Y al poco de terminar, me crucé en un libro totalmente diferente, con un concepto que el psicólogo Robert Zajonc formuló en 1968: El efecto de la mera exposición. Y lo enuncia más o menos así: las personas tendemos a crear un afecto positivo mediante la simple exposición a eso que causa el afecto. Dicho en otras palabras: El efecto de la mera exposición sugiere que nuestra experiencia desarrolla constantemente nuestras preferencias, independientemente de lo que podamos o no podamos querer a cierto nivel consciente. Esto puede significar que lo que realmente nos gusta es mucho más una función de lo que hemos experimentado que de lo que creemos que nos gusta.
Tal vez esta primera entrada quede muy llena de citas, pero creo que son una buena compañía. Para mí tienen mucha relación entre ellas, a pesar de todo lo que las separa. Cada vez que me siento en las butacas rojas del Auditorio, pienso en el efecto de la mera exposición. Luego comienzo a observar la salida de los músicos (y de las músicas).

Música mientras tanto

Me gustaría escribir sobre música, sobre mi experiencia al escuchar música. Ese fue el primer impulso para crear este blog. Desde mi llegada a Ourense tengo muchas cosas que agradecerle a la música. En el mes de enero decidí un plan: asistir cada jueves en Santiago al concierto del Auditorio de Galicia. Allí suelen actuar la Orquesta Sinfónica de Galicia y la Filarmónica de Galicia, y de vez en cuando otros intérpretes.
Se ha convertido en un ritual que espero toda la semana. Como el zorro le pide a El Principito que le avise con una hora de antelación antes de su llegada, para preparar su corazón. Bueno, pues a mí me gusta disponer de seis días para hacer algo parecido.
Creo que también me gustaría escribir sobre otras cosas, sobre aquellas que por razones varias no generan conversaciones de teléfono, correos electrónicos personales o encuentros en algún café con los amigos. Aunque con algunos esto último lo tengo dificil al regresar al noroeste...
Pero el centro será la música, y lo que surja alrededor de sus sonidos.
Evidentemente el blog está abierto a la participación. Produce cierto morbo acceder a una página así para ver si alguien ha escrito algo, para mí es una experiencia nueva y que me atrae.
Voy a empezar.