26 de diciembre de 2009

Acariciar al tigre

Ven gato, acércate más, eres mi oportunidad de acariciar al tigre.
Hace días que anoté este verso de José Emilio Pacheco.

Desde entonces han pasado varias músicas inolvidables, algún pequeño y gran viaje, encuentros con imán y libros nuevos.

El pasado viernes asistí en Santiago a las tres primeras cantatas del Oratorio de Navidad (BWV 248) de Bach. Una música girando alrededor de lo sagrado y frente a la que tuve la sensación de que aquellos sonidos habían existido desde siempre y ahora se limitaban a pasar a través de los cuerpos que había frente de la orquesta. Una música de una profundidad increíblemente ligera, centrada en el agradecimiento y el dolor.

También había anotado estos días tres características de una buena una obra, sea cual sea su disciplina: respetuosa con el espectador y que no resulte ni oracular ni pedagógica (lo escuché en la radio). Días más tarde y leyendo a Amos Oz: que la obra cuente y no que opine y que sea autobiográfica sin resultar una confesión.

26 de noviembre de 2009

La dificultad de los signos de puntuación

Tras ver la película "Control" de Anton Corbijn sobre la vida del cantante del grupo Joy Division Ian Curtis, me pregunto cuántas películas he visto ya que cuentan historias similares de la misma manera. Y de memoria me acuerdo de otras dos. No me refiero a la biografía del cantante, que es la que fue, sino a cómo se colocan los signos de puntuación en esa biografía.

Lo que ya he visto es: un joven músico se enamora, se casa y tiene algún hijo mientras aún es un talento anónimo. Comienza la carrera, la fama llega rápido y los viajes más o menos largos también. Igual que el acercamiento a otras mujeres mientras está fuera de casa. Rápidamente la primera mujer se presenta como menos atractiva (a la Ian Curtis le ponen unos pantalones horribles y la engordan un poquito), el cantante se desencanta y, o bien se va con la nueva o bien pasa a una tercera. Mientras, el talento continua imparable y la injusticia del drama surge a cada paso. En casos extremos como éste todo termina en suicidio.

La muerte de Ian Curtis es inapelable. La colocación de los signos de puntuación que permiten leer el texto de su vida es otra cosa. Lo que veo una y otra vez es una vida de artista enfocada desde el lugar común del genio romántico, cuyo inmenso potencial creativo le impide controlar su evolución como persona a la vez que cuidar sus relaciones más queridas (dos cosas que deben generar buena taquilla y hasta premios en festivales). Un analfabeto emocional capaz de emocionar en los conciertos.

En mi opinión, una mirada que arroja arena a los ojos.

24 de noviembre de 2009

Carreteras secundarias

Casi siempre por carreteras secundarias. Así crucé la Sierra de la Culebra. Llovía, puse la radio del coche e increíblemente la señal llegaba bien, sin mezclarse con las emisoras portuguesas. Había un programa sobre el Orient Express en el que ponían música de Debussy o las Danzas Húngaras de Bela Bartok. Conduje aún más despacio. De París a Estambul, de Europa hasta Asia.

Hacía tiempo que no cogía una carretera tan secundaria, tan fuera de los mapas. Esas rutas siempre me han parecido las más cortas para llegar a un sitio desconocido. También las mejores para encontrarte con perdices en mitad de la carretera.

Momentos brevísimos en los que no hay nada que hacer, nada que comprender. Sólo conducir y escuchar, limpiar el agua del cristal del coche, avanzar, imaginar algunas cosas. Pensé en la cúpula llena de estrellas pintadas que había visto, en la Hidra, Hércules, en el escorpión sobre el que brillaban pequeños puntos dorados a lo largo del cuerpo. Seres vivos en mitad de la noche.

14 de noviembre de 2009

Una y otra vez

Sentados a la mesa de un café antiguo, me dijo una tras otra varias opiniones que eran difíciles de escuchar. Además no las había pedido. Pero no hubo tregua y la conversación derivó hacia una gran dificultad para el destinatario. Cuando terminó, y a la vista del destrozo de quien tenía enfrente, metió la mano en una cartera y sacó un pack con los cinco cedés de Las sonatas para piano de Mozart, interpretadas por Christian Zacarias. Un bálsamo, dijo.

Tardé varios días en sentirme con fuerzas para abrir la caja. Ahora, cada vez que escucho esa música la herida de aquella conversación se reabre para luego volver a cerrarse y un poco más adelante volver a abrirse, como si palpitase, o como si bombease una energía oscura desde el centro. Una y otra vez.

11 de noviembre de 2009

Ríos y mareas

El once de septiembre, justo hace ahora dos meses, me regalaron la película Ríos y Mareas sobre el trabajo de Andy Goldsworthy. Sabía de su existencia desde hacía tiempo, incluso había visto algunas imágenes, tenía muchas ganas de encontrarme con ella. Pensaba que sería una mirada con la que me identificaría, de la que podía aprender mucho, quería escuchar lo que Goldsworthy dice sobre su relación con los ríos, con la tierra, con el color rojo: "El verdadero trabajo es el cambio (...) El río no depende del agua, hablamos del flujo (...) Lo que está debajo de la superficie afecta la superficie". Sobre estar solo en mitad de la montaña, junto al agua, trabajando. Tenía tanta curiosidad y ganas que invertí todo este tiempo en la espera. Dos meses, ni más ni menos. No sé que pensar de esta actitud. La película es una maravilla, su trabajo también.

4 de noviembre de 2009

Teixos, gaios

Otra vez los tejos.
Los frutos rojos del serbal ya están en el suelo, y algunos árboles sin hoja. Pero aún hay castañas recién salidas del nido.
O gaio, el arrendajo. Sigo sin encontrar sus plumas. Subí hasta aquí para volver a sentir este silencio.
Y enterrar dos semillas.
Aquí, en lo más oscuro del bosque, al pie de unas hayas, cerca de un tejo.
Después, desciendo por una ladera suave, sin prisa.
Antes de cenar leo un capítulo que se titula Las trampas de la memoria.

La voz de un aniversario

Debería haber escrito al llegar del concierto, pero estaba muy cansado o no encontré las fuerzas. El viernes pasado el auditorio de Santiago celebraba su vigésimo aniversario con algo especial, Paul Daniel dirigía a la RFG y cantaba Ute Lemper. Era un día especial.

La tarde empezó abriendo un libro de John Cage en una librería. Eso, en si mismo, ya tiene algo de escucha porque de ahí salen siempre cosas inesperadas. Y me encontré con una fotografía de Llorenç Barber en uno de sus conciertos de campanas. Y la memoria comenzó a funcionar. A construir y también a borrar. Casi podría celebrar el vigésimo aniversario del día en que conocí a Llorenç en un concierto de campanas en Segovia. Me pareció un tipo maravilloso.

Llegué al auditorio con mucha antelación para, de alguna extraña manera, concentrarme. Y sentado en la butaca ví pasar una persona que hace otros veinte años formó parte de mi familia y a la que sigo apreciando. Hacía años que no nos veíamos.

Comenzó el concierto. No conocía físicamente a Ute Lemper ni a Paul Daniel. Pero la orquesta sonaba muy bien bajo su dirección y él transmitía la música con sus movimientos, sin batuta, con las manos abiertas. Me gustó. Eran piezas con dureza y sarcasmo de Kurt Weill, reconozco que no era la música que esperaba, aunque la totalidad del concierto le ofrecería sentido a toda esta primera parte.

La fiesta de celebración venía luego. Primero escuché la voz de Ros Marbá leyendo un pequeño texto sobre al aniversario, no me la imaginaba así, aguda, diminuta, excesivamente forzada por hablar en gallego. Y volvió a salir Ute Lemper (con un vestido inolvidable). Para cantar las piezas del exilio de Kurt Weill en EE.UU. Otra música que también incluía nostalgia y dureza, aunque de otra manera. Cantó con emoción y mucha precisión, como una actriz también. Luego, tras una pieza de Erik Satie, interpretó varias canciones que todos conocíamos.

¡Y con qué ritmo!, parecía que había que sujetarla para que no saliese disparada entre sus movimientos casi de baile. ¡Cómo dirigía el sonido por todo su cuerpo, sacándolo en pequeños avances y retrocesos, a saltos, de manera intermitente, en una fluidez constante. Y casi al final, "In the port of Amsterdam", una extraña marcha casi militar hacia la tristeza.

Es el primer concierto de esta temporada en que regresé a casa por la noche en silencio, cien kilómetros escuchando las últimas voces.

25 de octubre de 2009

Un canto para tí, amigo K

Escuchar una música, dedicando ese acto de atención a alguien que ya no está. Así fue en el último concierto.

Algunos días más tarde una música de la radio que apenas oía porque estaba en al cocina, consiguió que poco a poco me fuese acercando a ella casi sin yo saberlo, hasta que empecé a saborear los sonidos que venían en pequeños impulsos por entre los espacios de la casa. Comencé a prestarle atención, era un motete.

Luego, uno de los intérpretes dijo que un motete es una música de duelo y de esperanza.

12 de octubre de 2009

A mí me gusta escucharte

Son imágenes que provocan casi un dolor físico. Imágenes de la vida en un estado que parece el natural, no el de todos los días.

No mentir, no traicionar, no humillar, no dominar... Son palabras de Natalia Ginzburg citada por Gustavo Martín Garzo en un artículo que leí esta mañana. En él habla de esta escritora y la relaciona con la cineasta Agnès Varda, en su retrato de las espigadoras, también de ella misma: ir tomando de la corriente de la vida esos restos que nadie quiere y que conservan misteriosamente el poder de iluminar un instante nuestro paso por este mundo.

Esta noche ví la película Génova de Michael Winterbottom. Me será difícil olvidarla, es una maravilla que provoca algo que es casi dolor físico. Tres personas luchando por sobrevivir, queriéndose y gritando en mitad de la noche su dolor. Un padre y sus dos hijas, una de ellas aún pequeña. Una mujer maravillosa que los guía por la nueva ciudad y a la que él rechaza en favor de una tal Rosa, ¡qué rabia me dió!, ¿cómo pudo dejar que pasara a su lado sin más aquella mujer?

Todo parecen casualidades. Ayer, en un acto, por azar me senté al lado de una señora que no conocía. Al rato alguien nos presentó y comenzamos a hablar. Era una mujer madura, llena de poder en sus gestos, muy guapa. En muy poco tiempo me contó una desgracia igual a la que vive el protagonista de Génova.

Martín Garzo elogia el trabajo de las espigadoras, recoger las espigas que quedan abandonadas en la cuneta. Lo que no merece otro aprecio, lo que se desecha. En un momento de Génova, la niña más pequeña enciende una vela por alguien, y la mujer que la acompaña le pasa la mano por la cabeza mientras intenta responder a su pregunta sobre si existe el cielo. Al terminar la explicación le pregunta si tal vez habla demasiado. No, le responde la niña, a mí me gusta escucharte.

Zoltán

Al fin regresó la música en directo. El jueves pasado volví a elaborar el ritual del viaje que acaba en un concierto a las 9 de la noche en Santiago. Lo eché de menos con mucha frecuencia estos últimos meses. Me senté en esas butacas estrechas y rojas de hace veinte años, a esperar la salida de los músicos. Y aunque todos son desconocidos para mí, tuve la sensación de regresar junto a viejos amigos. Reconozco algunas caras, sobre todo las de quienes tocan en las primeras filas pero, de alguna manera, a todos ellos les estoy agradecido. Allí volvíamos a estar. Y eso ya era un triunfo.

La música que sonó no me emocionó especialmente. La primera parte me pareció fría y deslabazada y hasta me pareció sentir que faltaba concentración o algo así. No sé. En la segunda parte disfruté más la pieza de Xavier de Paz, y pensé que hace falta escuchar mucha más música contemporánea. Es bien curioso todo el público que hay para la pintura moderna y el poco que está dispuesto a escuchar la música que se correspondería con esos cuadros, (Muñoz Molina dice esto en uno de sus últimos artículos sobre música).

Pero lo mejor del concierto para mí fue la última pieza, las Danzas de Galatea de Zoltán Kodály. Aunque no la conocía, la sentí como una música que me era familiar. Sonidos con muchas capas, desde la música más popular hasta otra más elaborada. Música mestiza que corre por todo el cuerpo, desde los sonidos de la infancia, hasta la alegría de la luz. La lentitud, la calma y lo impetuoso, pero no desde el lado romántico. Con unos lugares maravillosos para el clarinete. Ser recolector de sonidos perdidos y ser autor de sonidos nuevos, Kodály y Bela Bartók.

Después conduje en silencio, no quería interrumpir la continuación de esa parte final.

6 de octubre de 2009

Será complicado

Dentro del cine, cuando la película comienza, igual que en los párrafos de la primera página de un libro, todo vuelve a empezar. Una y otra vez. No hay desgaste, nunca lo hubo ni nunca lo habrá. Hoy el proyector se apagó a mitad de la sesión y la sala quedó casi a oscuras. Tardaron algunos minutos en solucionar el problema, después la historia continuó fluyendo.

Hacía tiempo que una película no me agitaba de esa manera, en varias direcciones a la vez, tirando de muchas partes del cuerpo, haciendo crujir la nave. Todas direcciones quiere decir una sola, la de la única fuerza que mueve todo lo que hacemos (estoy convencido, hasta las cosas más increíbles y locas), aquello que nos lleva a avanzar hacia los recuerdos y a resumir años en escenas sin importancia aparente (por ejemplo el vestido que llevabas en tal o cual momento).

Poco a poco me fuí quedando más y más quieto en la butaca. Inquieto también. Mirando la pantalla, reconociendo varias películas al mismo tiempo. Sudoroso. Y al final noté que la ropa se me pegaba al cuerpo. Igual que cuando atraviesas un momento intenso y complejo y te felicitas por haber salido de allí. Pero aún no quería irme. Aguardé hasta saber que la película estaba basada en la novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri. Hasta el letrero de Dolby Stereo.

Después caminé hacia casa, crucé el puente sobre el río que me recuerda alguna ciudad yugoslava. Cené rápido. Quería subir a escribir esto: que hay diálogos maravillosos como el del final de hoy:
- será complicado (dicho por Soledad Villamil)
- sí, lo sé (dicho por Ricardo Darín)
No muy lejano del que mantiene el protagonista con la bibliotecaria de Lugares comunes, Tutti Tudela.

Ahora llueve sin cesar. Echaba mucho de menos la lluvia.

30 de septiembre de 2009

Una tiorba

Al final de un día largo e intenso, sumergido en una poza de agua termal a más de 40º, que a duras penas soporto y nunca más de diez minutos. Después agua muy fría, para volver a un agua un poco menos caliente que la primera. Así unas tres veces, por la noche y al aire libre, con los ruidos de la ciudad cerca, en silencio. A veces con la cabeza sumergida, conteniendo la respiración. Parecido a cuando hoy hemos hecho fotos con los ojos tapados. Hasta perder la noción de las proporciones y algo de la orientación, aunque percibíamos mejor las gotas de lluvia en la piel y hasta los relieves del suelo. Siempre se pierde algo por el camino, o mucho, tengas los ojos abiertos o cerrados. Tras el baño, me volvían a la cabeza los sonidos de guitarra de una pieza que escuché hace pocos días en la radio. Y me acordé del concierto que Juan Carlos Rivera ofreció con guitarra y tiorba en la iglesia de Agüero. Era verano. Entonces busqué y compré una de sus grabaciones. Y hoy volví a escuchar esa música. Sonidos delicados y precisos como las alas de un insecto. No ha sido una mala jornada.

27 de septiembre de 2009

¡Pues son guapas, Agustín!

En el coche, por la noche y escuchando radío 2. De pronto aparece uno de los programas que prefiero: Juego de Espejos de Luis Suñén. Cada programa es un diálogo con una persona que vive cerca de la música aunque sin dedicarse a ella. Se escuchan las piezas que propone el invitado, y en los intervalos la conversación que mantiene con el presentador. Aprendo mucho de esas charlas.

El invitado de hoy es Agustín Gervás (que no sé quien es). Pero tiene una voz bonita. Y de pronto empieza a hablar de la belleza que puede tener una voz. Después relaciona músicas como la samba argentina (la Samba de Vargas) con música antigua española. Y habla del flamenco y de los cantes de ida y vuelta. Y luego dice que para él la música de Bach conecta con unas ganas inmensas de vivir, con algo pleno. Me gustan sus opiniones. Afirma que ese interés por la voz también lo desarrolla escuchando la radio, porque juega con las imágenes que puede haber detrás de esas voces. Y entonces es cuando afirma, divertido, que hay voces de mujeres en radio 2 a las que es mejor no conocer en persona, porque si son guapas se enamoraría de ellas... y cita dos o tres ejemplos, pero sobre todo la voz de Ana Vega Toscano.

Y entonces Luis Suñén, el presentador, le responde muy serio: ¡Pues son guapas, Agustín!, como advirtiéndole del peligro.

Escuché con todo mi interés hasta el final. Conozco esa voz de Ana Vega Toscano. Comparto el gusto de Agustín Gervás. Conocer a alguien solo por la voz es otra manera maravillosa de conocer, además sin límites. Es una gran construcción de la imaginación, como todo. Hasta ahora he preferido no ir a la web de R2 para ver como es esta presentadora, y creo que estupenda pianista.

¿Cuánto tiempo puede resistir uno solo con una voz?

22 de septiembre de 2009

Duración

Hay libros que necesito tener cerca. Por ejemplo Poema a la duración, de Peter Handke: No es a quien está en casa sino a quien va camino a casa a quien le llega la duración.

De ahí salió el título para una proyección de fotos: "Lugares que duran".

Y de la diferencia entre el instante, sin duración, y el presente que se extiende hacia atrás y hacia delante. Igual que los sonidos.

En los conciertos, cuando acaba una pieza, habría que dejar que el sonido durase todo el tiempo que hiciese falta antes de comenzar los aplausos. Siempre me pareció que los directores deberían ayudar con sus gestos a que la música no se terminase con el inicio del último sonido audible. Como espectador me gustaría esperar en silencio a que mi cuerpo dejase de sentir las imperceptibles líneas que lo cruzan, incluso cuando ya casi no se escucha nada.

Un cambio en el blog

Al final he decidido hacer un cambio en la estructura del blog: suprimir las entradas de comentarios. El tiempo ha demostrado que apenas eran útiles para la comunicación, porque salvo alguna excepción, todos los diálogos que han surgido han ido directamente a mi correo electrónico. Debe haber razones de varios tipos para querer buscar esa privacidad que, por otro lado, comprendo y me gusta. Así que lo mejor es dejar que las entradas del blog encuentren su lugar sin apenas coletilla en su parte inferior.

17 de septiembre de 2009

La respiración, el aliento, los gestos

Escuchar la respiración del interprete, intuir sus gestos, el aliento de unos sonidos que salen de algún lugar entre el instrumento y el músico. Pequeños gestos que también son una huella y que por fortuna nadie ha borrado de la grabación.

Me gusta escuchar el aliento de Pau Casals en la grabación de su concierto en la Casa Blanca en 1961. Y también a Keith Jarreth en su Concierto de Colonia. Es la música que sigue a Nani Moretti mientras viaja en su vespa hasta el lugar en que murió Passolini. (Hace poco la escuché en un viaje largo en coche, cruzando una llanura en la que el termómetro marcaba 36º y en la que no había otra cosa que hacer más que conducir y escuchar la música y la respiración).

¿Un virus de la empatía funciona a larga distancia?, dice la protagonista de Código 46. Al inicio de la película me vino a la cabeza lo que dice el fotógrafo Raymond Depardon: cuando tengo interés en una mujer me gusta invitarla a un viaje. La misma protagonista dice que le pasa algo frente a una piel con pecas: la piel con pecas es como vestida y desnuda. La última frase de la película es: Te extraño. Condenada a mantener sus recuerdos mientras a los más afortunados se los extirpan.

Escuchar una respiración. O pensar en escucharla. Mientras el avión alcanza altura y gira para enfilar la ruta. Y el horizonte se inclina.

Dicen que pensar en los sonidos activa las mismas zonas del cerebro que escucharlos.

16 de septiembre de 2009

No lo sé

Hace unas semanas que escucho los Últimos Cuartetos de Beethoven, en una interpretación del cuarteto Lasalle. Intento saber en que dirección avanza mi emoción al escucharlos y aún no lo sé. Pero quería escribir aquí lo que sí identifico.

Lo primero es que no tengo el oído acostumbrado a esta música. No deja tregua.
Lo segundo es que me parece una música dura. Lo que no le quita ningún interés.
Lo tercero es que me doy cuenta de que no vale, no basta, con intentar saber si me gusta o no me gusta. Mejor dicho, esta música no se adapta a estas categorías. (Tampoco podría decir fácilmente si me gusta o no).
Lo cuarto es que la escucho durante varias horas seguidas, sin querer separarme de ella.

Es posible que sea una continuación

Una conversación sobre alguno de los muchos tipos de soledades que pueden surgir cuando uno no está solo. También sobre la dificultad de dormir a tu hijo pequeño.

Casi ese mismo día, me regalaron varios discos en los que había grabados quince películas que no había visto.

Hoy elegí una al azar. Revolutionary road, de Sam Mendes.

No sé explicar por qué siento una cosa como continuación de la otra.

3 de septiembre de 2009














Toda la tarde, también estos últimos días, viendo y editanto fotos. Como siempre llevo "retraso", estoy trabajando con imágenes de hace tres y cuatro años. Hay momentos difíciles, otros muy intensos. Muchos presentes entrecruzándose, un diálogo a varias voces.

Y me acordé de un texto de Raymond Carver:

Cada poema que he escrito fue un momento único (...) Cuando veo uno estoy viendo la radiografía de mi mente en ese momento. Leyendo ahora estos poemas, tengo la sensación de estar ante un mapa aproximativo pero auténtico de mi pasado. Me ayudan a hilvanar mi vida, a percibir su continuidad. Y me gusta la idea.

29 de agosto de 2009

No comprender

No comprender, y aún así necesitar comunicar algo de esa experiencia.
En el último libro de Amos Oz, uno de los protagonistas, cansado al final de su vida de no entender a quienes le rodean, ni a él mismo, copia (como un bálsamo) fragmentos de una guía sobre aves. Y hablando de la migración dice:

Mattheus llamó a esto "navegación sin sentido", y no porque, en su opinión, tenga algún valor biológico, sino porque desconocemos completamente su función.

Entonces me acordé del libro de Gao Xingjiang, La montaña del alma. En la última página, la número 651, el autor escribe:

Sólo cae la nieve.
En ese instante, no sé dónde está mi cuerpo, no sé de dónde sale este pedazo de tierra del paraíso. Escruto los alrededores.
No sé que no no comprendo nada, creo que aún lo comprendo todo.
Las cosas suceden detrás de mí. Siempre hay un ojo extraño. Lo mejor es aparentar que se comprende.
Aparentar que se comprende, pero de hecho no comprender nada.
En realidad, no comprendo nada, pura y simplemente nada.
Así es.

Antenas

Un amigo me envía un texto del libro de Adam Zagajewski, Antenas, porque le pareció que había alguna relación con los viajes en compañía de la música de Mikel Laboa. Me gustaría anotarlo aquí:

La música que escuchaba contigo
en casa o en el coche
o incluso durante un paseo
no siempre sonaba tan pura
como quisieran los afinadores de pianos;
a veces se inmiscuían voces
llenas de pánico, de dolor,
y entonces aquella música
era mucho más que música
era nuestro vivir
y nuestro morir

14 de agosto de 2009

Captain Cohen

Capitán Cohen !: escucharle ha sido un placer. Apetece decir eso.
Concierto de Leonard Cohen en Vigo. No hubiera ido si no me hubieran invitado e insistido en que podría estar bien.

Tres horas de concierto. Un hombre mayor, 74 años, envuelto en una energía serena y alegre. Un monje zen al que sus acompañantes le reconocen una autoridad que él parece no necesitar. Y un conjunto de seis instrumentistas más tres voces. Diez personas sobre el escenario. Cada músico un virtuoso concentrado en lo que está haciendo. Y cada vez que él no canta, escucha con atención la música que hace el resto del grupo. Cuando hay un solo de alguien, clava en él toda su mirada y se saca el sombrero en señal de agradecimiento.

Una profunda sensación de agradecimiento a cada momento. En todas direcciones. Un escenario envuelto en una calma que no recuerdo haber visto. Sobrecogedora en muchos instantes. Las luces, el sonido, la lentitud o la rapidez. Magistral. Un encuentro con alguien que había abandonado los escenarios pero no la música. Entre las diez y la una de la noche, una noche de verano cerca del mar. Uniformados casi todos con un sombrero pequeño y negro. Casi todos de negro. Silenciosos, sin ninguna estridencia, sin bromas estúpidas, sin alzar la voz. Cantaban para nosotros. Hasta el final, hasta la despedida. Good night, darlings.

Antes del concierto compré un libro que empieza así:
Un hombre se levanta y se va a otro lugar. Lo que el hombre deja detrás de él permanece detrás observándole.

7 de agosto de 2009

Anotaciones pasadas

Durante el tiempo en que no escribí en el blog, anotaba algunas cosas en la libreta con la intención de pasarla luego al blog. El 15 de mayo murió Carlos Castilla del Pino y al día siguiente copié unas frases del artículo que el periódico le dedicó:
Castilla del Pino hizo suyas las palabras de Goethe ("llega a ser el que eres") y defendió la tarea de descubrir quién se es y tener el valor de serlo: "Ese es el éxito en la vida", dijo.

No he conocido a nadie tan implacable en sus análisis y con tanto gusto por vivir. Asistí a dos de sus cursos y el tercero y final de esa serie se suspendió por su mal estado de salud. Meses después murió. Contaba que le gustaba conducir su coche mientras dirigía la música que sonaba en el cedé.

Creo que tampoco he conocido a nadie que defendiese con tanta intensidad su privacidad y su espacio. "Echar la tranca" de la casa a la noche, arroparse en la biblioteca (sin ventanas), caminar por el patio interior.

Miedos

¡Muéstrame tu dios y te diré cuál es el color de tu miedo!

(Chantal Maillard, Diarios Indios)

2 de agosto de 2009

Mikel Laboa y el desierto

A veces una música se une a un lugar de una manera inexplicable. Nada tenían que ver, pero se encontraron.

Durante varios días crucé una carretera del desierto escuchando en el coche las canciones de Mikel Laboa. No conozco otra voz igual. Una y otra vez el cedé volvía a empezar y aquella música empapaba no sé que parte de la memoria, de una manera parecida a como el sabor del vino inunda la boca.

Hace poco más de un año, en otro viaje en coche, escuché la noticia de que Mikel Laboa había muerto. Recuerdo que paré y pensé en cómo había conocido su música. Estos días, la persona que me lo dió a conocer acaba de tener su primer hijo, aunque ya somos dos desconocidos. Así son sus canciones.

Conduciendo despacio, con el aire acondicionado puesto, en medio de un calor tórrido que parecía derretir el asfalto, había una voz que ayudaba a escuchar otras voces. Es una música a la que le tengo agradecimiento.

82 días

Ochenta y dos días sin escribir en el blog, y nunca tuve la sensación de que estuviese cerrado. Echo de menos acercarme a él y hace días que buscaba el momento para continuar, lo que ocurre es que tal vez esperaba un reinicio "especial", un tema (no sé cual) con el que dar un pequeño golpe de efecto tras el silencio. Pero nada de eso ocurrió.
Soy un experto en trabajos de todo tipo sin terminar. Suelo detenerme bajo una razón que en ese instante me parece poderosa y convincente. Entonces quedo a la espera de algo que sucederá, no se sabe bien el qué, y ese tiempo se va alargando hasta producir una especie de aletargamiento que, como el de los bichos en su cueva, aconseja esperar un cambio de estación (y de trabajo).
En la vuelta al blog me apetece escribir sobre temas que no tienen que ver con la música escuchada por lo general en una sala de conciertos, esta es una percepción con la que ya llevo tiempo y que me hizo callarme en algunas ocasiones. Los sonidos y el ritmo, la percepción y la escucha surgen en cualquier lugar, y hay encuentros inesperados o planificados, pero encuentros, que me gustaría nombrar.

11 de mayo de 2009

Solaris

Me gusta moverme por el lugar que ocupaba hace solo un instante, para seguir su rastro y saber a que huele. Escucho la música de Cliff Martínez para la película Solaris, de Steven Soderbergh. El interior de una nave girando en la ingravidez. En la calle están los ruidos de la noche y pasa algún coche. Amos Oz ha vuelto y con él una escritura dura como el diamante. Y luminosa. En algún lugar, la nave se interna por un pasadizo estrecho hacia algo desconocido, aceptando el extravío del viaje. Pienso en el Solaris de Andrei Tarkovsky, y en que hay una casa en mitad de un páramo, que cada vez que la veo recuerdo la casa en llamas de su película Sacrificio. Un diamante que recorta las palabras en un vidrio.

10 de mayo de 2009

Viaje de invierno

En otra ciudad, con ganas de escuchar a Bárbara Hendricks cantar las canciones de Viaje de Invierno, de Schubert.

Viendo una exposición sobre la sombra en el arte, anoté una frase de un autor que no conozco: estar en concordancia con el ser no significa estar en un estado de perfección.

Intentando reconocer superficies semejantes a la voz.

5 de mayo de 2009

4 de mayo de 2009

Encuentros

Al final de la película amoresperros, antes de los créditos, hay una frase: somos también lo que hemos perdido. La ví hace un par de días.

Y hoy encontré una fotocopia, entre otros papeles, con esta carta de Antoine de Saint-Exupéry. Hace años que la tenía guardada (y perdida). De repente me apeteció copiarla aquí.


Societe Anonyme des Grands Cafes de Toulouse
15, Place Wilson

Toulouse, el 22 - 10 - 1926

Mi vieja Rinette,

Te escribo para que no me acuses de olvido: palabra heróica (tengo los dedos helados y cantidades de tazas de café no han conseguido hacerme entrar en calor).

Esperaba salir de reconocimiento (viaje como pasajero a Casablanca, ida y vuelta), estoy recibiendo aviones nuevos. Soy muy feliz. Pero es mucha la soledad que sufro en este país. Ten la amabilidad de escribirme - no será lo mismo que pasar la velada en la calle Saint Guillaume pero también me hará muy feliz.

Hace un tiempo lamentable. Esta tarde he probado un avión nuevo durante una hora, bajo una lluvia torrencial y a cien metros del suelo. No te hubiera encantado la aviación. Se parecía más a un baño.

Eres una amiga encantadora pero yo no sé decir estas cosas. Solamente sé pensarlas.

Antoine
13, calle Alsaca-Lorraine, Toulouse

1 de mayo de 2009



Imaginar al otro

Hace unos días, mientras desembalaba unas maderas protegidas por periódicos, quedó delante de mi, por azar, una hoja de El País del 1 de octubre de 2005. Reparé en ella porque contenía un artículo del escritor Amos Oz: El mal tiene un olor inconfundible. Recorté la página. Hoy la leí.

Él dice que el mal supremo no es la guerra, en sí, sino la agresividad. Y que uno de los poderes que mejor puede desactivarla es imaginar al otro. El artículo termina así:
Imaginar al otro no es una mera herramienta estética. Es además, a mi juicio, un imperativo moral fundamental. Y, sobre todo, imaginar al otro es un placer humano profundo y muy sutil.

En la misma jornada que encontré esa hoja ví una película que ya me parece inolvidable: En el séptimo cielo. Imaginar al otro. Es muy difícil pasar a palabras lo que sucede en el interior de esos personajes, como unos se imaginan también lo que puede estar viviendo el otro. Y aún así, sólo pueden actuar. Pensé de inmediato en una película de Ingmar Bergman que ví hace años: Infiel.

Me llamó tanto la atención el artículo de Amos Oz, porque siempre me ha parecido que imaginar al otro emana un perfume sutil y hasta erótico, que surge en primer lugar de la atención. Prestar atención al otro, dedicarle atención, escucharlo y recrearlo con la imaginación (la única percepción fiable), imaginarlo. Y también es una forma de estar cerca, de sentarse cerca para aspirar su aroma. Y sorprenderse. Imaginar al otro exige aceptarlo, con todo lo difícil que eso es. Y eso sucede, por ejemplo en la música, cuando dos voces avanzan en un diálogo entrecruzado, que también puede ser profundo y sutil. Escuchar la música a mí me ayuda a imaginar al otro.

25 de abril de 2009

Un tambor diferente

Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble (Thoreau, "Walden")

Revisando una libreta encontré este fragmento.

Hace dos días escuché por primera vez en directo los Cuatro últimos Lieder de Richard Strauss, con la soprano Melanie Diener y la RFG. Volví a tener la sensación de que es una musica consagrada a una despedida. Las últimas frases, llenas de agradecimiento y amor por lo que se ha vivido, no siempre fácil.

Leo El sonido es vida, de Daniel Barenboim. Habla, por ejemplo, de la necesidad de que el músico tiene que tocar y escuchar simultáneamente. Y establece muchos paralelismos entre la música y otros aspectos de la vida.

Por mi parte, ahora intento aprender a seguir las voces que coinciden en una misma pieza, los diálogos de la polifonía, el contrapunto, las idas y venidas de una fuga. Sólo soy capaz de empezar a seguirlos si toda mi atención está exclusivamente en la música. Si no es así, tropiezo y me caigo. No es fácil ejercitar la concentración.

2 de abril de 2009

Madurar hacia la infancia

Es una frase de Bruno Schulz.

1 de abril de 2009

No dejes de venir

No sabía como se llamaba aquella mujer. Me quedé parado delante de la puerta mirando los timbres indeciso y con el ramo de flores en la mano. Me daban ganas de dar media vuelta y marcharme. Pero entonces salió de la casa un hombre, preguntó a qué piso iba y me mandó al tercero, a casa de Frau Schmitz.

Hará unas dos semanas que fui al cine a ver la película El lector. No depositaba en ella mucha confianza, pero me sorprendió y me gustó realmente mucho. (En un blog que suelo seguir, su autor decía que en ella había llorado). Desconocía el origen de la película, sólo sabía quien era su protagonista, una actriz magnífica y muy atractiva.

La parte de la historia que casi me interesó menos fue la relación tan desigual entre una mujer ya madura y un muchacho joven. Lo más intenso venía a partir de ahí. ¡Alguien que lee libros en una cinta magnetofónica de las antiguas para que otra persona (analfabeta), en la distancia, los escuche. Y que ese alguien espere una infinidad de años, para saber si tendrá una segunda oportunidad de seguir escuchando las lecturas pero con la persona delante.

Han pasado algo más de dos semanas desde que la ví. Y estos días, entre otras cosas, intento seleccionar algunos de mis libros que permanecen en cajas de cartón en otra casa, para traerlos a donde vivo. Necesito su compañía (por ejemplo la de Conrad). Esta tarde abrí una caja y metí la mano en busca de un volumen concreto, pensaba que podía estar por allí. A tiro fijo, se podría decir que iba. Como no apareció en el primer intento, levanté el lomo de otro, que parecía tener un color de portada parecido. Pero no era él. El que había encontrado se titulaba El lector y su autor era Bernhard Schlink.

Tardé unos segundos en procesar aquel hallazgo, ¿era el mismo lector?. Y además yo no recordaba aquel libro como mío. Lo abrí al azar, cerca del principio, y dí con el texto que he copiado. Sí, era el mismo lector y ese libro tenía que ser la base de la película. En la segunda página estaba la firma de a quien había pertenecido el libro y la fecha 5/98, escrita con delicadeza, un trazo fino que dibujaba cada número como si fuese un ave. Lo sujeté con las dos manos, lo acerqué a la cara, olía a humedad y el papel de las páginas aún permanecía blanco. Lo dejé junto a los otros y cerré la caja. Pensé algunas cosas, también en el tiempo transcurrido entre que uno y otro lector salieron a la superficie, pero más que nada sentí (otra vez) que esos encuentros son los que dan sentido al paso del tiempo, o simplemente al tiempo que podemos identificar.

15 de marzo de 2009

Un corredor de fondo

Conocí a Murakami.
Escribió en el ejemplar de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, hundiendo el boli en la hoja hasta marcar las dos páginas que estaban por debajo: haruki. Más dos palabras en japonés y la fecha, en la que se confundió en el mes.
En dos días leí su último libro, traducido al gallego. Su tesis sobre la persona que se dedica a escribir o a otro trabajo artístico es: Para manexar algo verdadeiramente insán, a persoa que o manexa ten que ser o máis sa posíbel. Eso le llevó a hacerse corredor de fondo, al tiempo que escritor.

El canto de las grullas y la construcción del pasado

Dice Lobo Antunes: La memoria es una manera de reinventarse el pasado... y el presente y el futuro. Hay quienes predicen el futuro, pero es mucho más difícil predecir el pasado.
Admiro a este escritor y me reconozco en la mayoría de sus escritos breves (no tanto en las novelas largas). Llevo tiempo dándole vueltas a esta idea de la memoria como dueña y señora del pasado. Tengo la sensación de que casi a diario la sorprendo mientras construye laboriosamente un nuevo episodio. Hace su tarea igual que una comunidad de insectos que se aprovisiona de alimentos. Y lo que me muestra al terminar suele ser algo nuevo para mí.

Hace algo más de dos semanas escuché en el concierto de Santiago la sinfonía nº 7 de Einojuhani Rautavaara. No conocía a este compositor finlandés. Su música me impresionó, casi mejor decir que me angustió. Todo en ella llevaba hacia una tensión que no acababa de estallar, un lento y constante ascenso que no parecía tener fin. Mi cabeza exigía un giro, una tregua que no se percibía en aquella planicie desolada. Y siempre en ascenso. Fue una de las pocas veces en que pensé que me faltaba el aire, si aquello se mantenía mucho más, tal vez tendría que levantarme. Miré hacia las butacas de al lado, mis compañeros de escucha parecían nerviosos e impacientes. Al final, muy al final, terminó de la misma manera que se mantuvo durante todo el tiempo. Se me grabó en la memoria.

Días más tarde, mientras desayunaba comenzó a sonar una música en la radio que me parecía haber escuchado otras veces, pero que no identificaba. Misteriosa e hipnótica, podría cogerme de la mano y llevarme donde quisiera. Quedé en suspenso mientras aguzaba el oido. Intentaba saber qué era aquello y aunque tenía prisa lo detuve todo. Aguardé. Cuando terminó supe que aquella pieza era un fragmento de Cantus Arcticus. El locutor explicó su relación con los sonidos de las grullas en sus viajes migratorios. El compositor era Einojuhani Rautavaara.

Entonces mi memoria construyó un nuevo episodio. Donde yo vivía era un lugar de paso de las bandadas de grullas, en febrero hacia las estepas del norte para criar y en octubre de regreso a África. Cuando me instalé allí no sabía nada de ellas hasta que un día un sonido ensordecedor y rarísimo me despertó. El cielo estaba literalmente cubierto de grullas que volaban en perfecta formación mientras emitian su sonido característico. El cuello estirado, parecían corredores de una maratón cuya meta aún estaba lejos, dosificaban sus fuerzas. Desde entonces muchas veces las volví a ver y escuchar.

Un amigo, en aquella época tituló un trabajo fotográfico Aquí vivía yo. Es un buen título, me gustaría cogerlo prestado para hablar de las grullas, la nieve de aquel lugar (el del video de la entrada anterior, que ganaría sin música), Rautavaara y la primavera que ya se instaló en donde vivo ahora.

4 de marzo de 2009

Terminar cansado

Se acabó el día. En realidad hace ya tiempo que es de noche. Estar cansado por haber trabajado en lo que uno quería. Y poder descansar. Eso es todo.
Esta noche sólo pude escuchar, una y otra vez, un disco de Arvo Pärt. Es una melodía repetitiva, parecida a un trazo fino que se escribe una y otra vez sobre una gran hoja. Y al terminar, esperar a que llegue el silencio, tal vez cerrar los ojos, sentir que ha pasado el tiempo.

11 de febrero de 2009

Buenos días, noche

En mitad de algunas películas hay músicas que construyen fragmentos con vida propia, destinados a acompañar al espectador en el viaje de las emociones. No pienso en las bandas sonoras (muchas podrían desaparecer y ser sustituidas por el silencio o por el sonido ambiente de las escenas). Me refiero a momentos muy concretos en los que las imágenes tratan de lo que las personas hacen a partir una determinada música.
La canción, Para conquistar la roja primavera, que un hombre canta en italiano, de pie, junto a la mesa del banquete familiar en el campo, en la película Buenos días, noche. O el baile de los viejos hacia el final de Innisfree. Y desde luego el baile de padre e hija, tras el banquete de la primera comunión de la niña, en El sur.
Recuerdo haber leído que cantar o bailar una misma música es una de las formas de unión más primitivas y poderosas entre un grupo de gente. Un lazo atávico, para el que uno nace preparado y que incluso el cuerpo parece exigir en determinados momentos. Por eso admiro tanto cuando un director de cine le da a esos instantes el espacio que necesitan para mostrarse. Al ver una película e identificarlos, me gusta esperar al final para volverlos a poner, una y otra vez, en el aparato de DVD. Y por unos segundos tengo la sensación de pertenecer también a ese grupo.

2 de febrero de 2009












 


 Viajes en un tren de sombras

Hacía mucho tiempo que quería ver la película Tren de sombras de José Luis Guerin. Supe de ella al poco tiempo de hacerse (y es del año 1996 !), pero parecía que siempre me esquivaba con habilidad. Llegué a estar cerca de una cinta VHS con una grabación que tenía una amiga en Coruña, pero cuando pensé que llegaría a la copia, voló hacia un destino muy lejos de donde yo estaba entonces. Y ya no tuve más oportunidades, nadie la tenía y no estaba a la venta (al menos que yo supiese), hasta hace muy poco tiempo.
El sábado pasado la compré y hoy, por fin, pude verla. Al anochecer, eché la tranca en la casa, como dice Castilla del Pino que le gusta hacer cuando se acaba el día, y me preparé. Y ahora me parece entender por qué me había sido huidiza durante tanto tiempo. Es posible que hasta ahora mismo no tuviese yo mucha capacidad para enfrentarme a esas imágenes y a lo que se cuenta allí, casi sin historia, sólo con la vida que le es propia a las imágenes.
Conocí a Guerin en Coruña, en un bar, al terminar un curso que él impartía. Era un tipo afable y campechano que llevaba una gorra de cuero preciosa. Es una escena que hoy recordé.

El jueves pasado volví al concierto. No conocía ninguna de las músicas que se iban a interpretar: Oscar Colomina, Henri Vieuxtemps y la sinfonía número 1 de Mendelssohn. Pero para la segunda pieza, el concierto para violín número 4, op. 31 (1850) de Vieuxtemps, estaba invitada como solista la violinista Viviane Hagner, a quien tampoco conocía, (pero a quien no olvido). Fue una interpretación llena de precisión, con dulzura y fuerza por igual, e impulsada por una decisión que no parecía venir de ningún lugar consciente. Viviane Hagner es una mujer de una belleza extraordinaria. Tocaba con un Stradivarius Sasserno, préstamo de la Nippon Music Foundation (me gustan hasta todos esos nombres). Aquel sonido estaba más lleno de algo parecido a una profundidad abierta, procedía más de la tierra, que el habitual en un violín moderno. Llevaba un vestido color oro, larguísimo, y el pelo apenas recogido con una gran pinza. Ofreció un bis e interpretó a Bach. No se podía pedir más.

En algún momento de esa parte del concierto recordé la concentración con la que los gitanos escuchan el flamenco en el Festival del Cante de las Minas, en La Unión, al que he ido en dos ocasiones. Una de las veces ví como un hombre de cierta edad que estaba delante, con los brazos cruzados sobre el pecho y zapatillas de andar por casa, tuvo un temblor (ligero pero muy intenso) cuando el cantaor remató la minera. Sería mejor decir que fue invadido por una sacudida que lo atravesó, sin él haberla buscado, y que lo situó al mismo tiempo dentro y fuera de aquella sala, antiguo mercado, forrada de negro para que sólo destaque la música.

Ser sacudido por un temblor desconocido e involuntario. Tal vez sea lo mejor que uno puede esperar de un espacio invisible, también forrado de negro, en el que uno entra cuando tiene de verdad ganas de escuchar.

17 de enero de 2009

Bajo la protección del sonido

Nada malo parece que pueda suceder cuando uno está cerca de la música. Recorre el cuerpo en todas las direcciones, dedicándose a recolocar con pequeños y decisivos ajustes los órganos vitales. Y el cuerpo lo agradece, porque de otro modo a duras penas conseguiría armonizar un engranaje tan oculto. Algo de esto experimenté el jueves pasado en el concierto de la RFG, dirigida por Anne Manson (la primera vez que veo a una mujer dirigir) y teniendo como solista para una pieza de Chaikovski al violonchelista Asier Polo. En el bis que concedió, interpretó una de las partes de la 3ª suite para violonchelo de Bach. En esa música está todo.
Luego, la sinfonía nº 8 de Beethoven, tocada con una fuerza y una dureza que impedía cualquier vaivén mental y físico, una maravilla.
Y en el descanso, el primer viola habla (como en otros conciertos) con dos niños pequeños que se sientan en la primera fila, imagino que son sus hijos. Se preocupa de situarlos un poco más en el centro de la sala si hay butacas vacías y en todos los respiros que le deja la interpretación está pendiente de ellos.¡ Hay tantos conciertos sucediendo simultáneamente en esa sala cada día !.