30 de enero de 2011

No, no tardaré mucho

Últimamente, de pronto,
en medio de algo cotidiano y pequeño
me llegan voces perdidas de hace tanto,
acentos, sonidos,
expresiones y gestos
aquellas voces de niños
y de tardes de infancia, de subir
a ciruelos y cruzar sigilosos a la huerta de al lado
para robar la fruta y salir volando.

¿Y por qué llegan de pronto las voces del pasado?
Inconexas, como aves perdidas del grupo migratorio
¿Cuántos años han pasado de la infancia de los setos, sorbas,
los manzanos y el sauce llorón?
Aventuras infantiles al lado del caudal,
conquistando rocas como si fueran islas.

Me fui hace mucho tiempo
pero sin previo aviso llegan a veces voces

Éstas y otras voces del pasado

Me rozan con sus alas


Hace unos meses, en el otoño, una persona a la que aprecio de verdad y a quien conozco desde hace años escribió este poema y me lo envió (me pidió que le guardara el anonimato de una manera ingeniosa y ahora no se me ocurre otra). Hoy, mediante uno de esos procesos incontrolables y que obedecen a una corriente desconocida, lo sentí cerca y dialogando con unos versos de Robert Frost que tengo copiados en no sé cuantas libretas, porque siempre que me los encuentro me parecen únicos:

Voy a limpiar el arroyo, en los pastos...
Sólo rastrillaré las hojas secas.
(Y quizás me detenga hasta ver clara el agua)
No, no tardaré mucho. -Ven también

28 de enero de 2011

Como un iris

Ayer fue tarde de concierto.
Ahora llueve con suavidad y hace menos frio.

La RFG tocó el concierto para piano núm. 1 op. 15 de Brahms y la Sinfonía núm. 1 de Kurt Weill.

Y algo extraño me sucede con la música de Weill, de quien ya había escuchado alguna otra pieza en el auditorio. No identifico lo que es, pero ayer me volvió a suceder.

Esta sinfonía se desarrolla en un solo acto: grave, allegro vivace, andante religioso y larghetto se suceden sin ningún silencio intermedio. Al inicio no parece fácil de escuchar, se pasa por tramos en que los sonidos parecen discutir entre si y recuerdo una especie de continuos toboganes por los que se deslizan de una manera poco predecible. Cuando escucho algo así, sé por qué me gusta este tipo de música y por qué me aburro, o pierdo interés, frente a otro tipo de sonidos.

Pero la música avanzaba girando cada vez más cerca. A veces pasaba rozándote. Cuando llega al andante religioso todo parece estar decidido: estás dentro de un viaje y estás empezando a internarte en un territorio que existe según lo vas atravesando. Como abrir un fruto y ver las pepitas, algo circular y generoso en la mano.

El larghetto parecía avanzar en esa nebulosa (que no sabría si me gusta o no), como una nave se interna en espacios oscuros y lejanos. Fue la experiencia de atravesar umbrales, de ir a través de planos que se abren como un iris cuando intuyen que ya estás cerca.

Ese es el extraño viaje, en un bucle a veces desasosegante, con el que asocio una parte de la música de Weill. Y algo de eso creo que quedó en su etapa de Nueva York, cuando trabajó en lo que sería el musical americano. Algunas piezas de George Gershwin me lo recuerdan.

Durante el regreso escuché en la radio como leían un relato de Ambrose Bierce: En el código militar el silencio y la inmovilidad son formas de deferencia. Pensé en la frase sobre el placer de la entrada anterior.

Y hoy, en cuanto pude, volví a escuchar el Viaje de invierno de Schubert.

26 de enero de 2011

Diccionario

"Abstinente, adj.: persona de carácter débil que cede a la tentación de privarse de un placer"

(Sentencia que Ambrose Bierce escribió en El diccionario del diablo y que encontré en un escrito de Fernando Savater)

16 de enero de 2011

Lontano

Si supieras cada día lo que va a pasar no te levantarias de la cama, dice uno de los personajes de "Todo o nada", la película de Mike Leigh (a mi me deslumbró con "Secretos y mentiras").

Y ¿cómo se relaciona esto con el ansia de control, férrea a veces, sobre ese mismo día a día?

Amanecemos para estar expuestos a la incertidumbre, y eso parece ser lo bueno. Pero al mismo tiempo queremos reducir las opciones de imprevistos, de incertidumbre.

Puede que esto sea casi inevitable, el asunto es el cómo lo aceptamos y gestionamos.

Y esta es una enseñanza que procura la música: la aceptación de lo desconocido, lo imprevisible, el caminar en la cresta de una ola de la que no se sabe su evolución, el evitar lo obvio. Un buen maestro de todo esto es György Ligeti.

15 de enero de 2011

La explicación del relámpago

"El primer deber del hombre es definirse", dice Atahualpa Yupanqui.
Tengo conmigo esta frase desde que la escuché hace un par de días. De alguna forma estoy cerca de ella, observándola, intentando saber qué pienso sobre ella y en qué consiste eso de definirse.

Tal vez definirse tiene que ver con trazar unos contornos, unos límites, unos miedos también. Con dibujarse, con lograr una identidad y con aceptar su reforma inmediata. Definirse lo entiendo como la valentía de permanecer en silencio y, en ocasiones, hablar. Y aceptar que las dos cosas son nuestra expresión. Definirse puede tener que ver con expresarse, en un mundo en el que probablemente vale todo menos la ingenuidad de pensar que si no nos dibujamos nadie lo hará por nosotros.

Tengo ganas de decir que vale todo menos la mentira. Pero la verdad, o como se llame, hay que decirla indirectamente, "Así como el relámpago / se explica amablemente al niño" decía Emily Dickinson.

Y tampoco vale la humillación, hacer perder la dignidad a alguien. Creo que esto es especialmente delicado cuando estamos cerca de personas mayores o muy mayores. Pero entre iguales, muchas veces la humillación sobrevive a maneras que podrían parecer hasta lo contrario. Puede ser una especie de virus que se reproduce desde dentro de la ayuda o el juicio o la tutela incluso, desde dentro de la piel. No lo sé, pienso algo alrededor de todo esto.

Y ayer, en el concierto semanal, asocié la escucha del concierto para violín núm. 2 de Béla Bartók, con el recuerdo vibrante de la música popular gitana de Kalyi Jag saliéndose, a todo volumen, por las ventanillas del coche, lleno de amigos, mientras íbamos y veníamos por el desierto hace ya bastante tiempo.

Johannes Brahms, un compositor que apenas he escuchado, me devolvió con su Sinfonía núm. 2 en Re mayor a la paz y a la luz necesaria para volver a casa por la noche.

9 de enero de 2011

Música de danza y una idea obsesiva

Hace tiempo escuché en la radio una pieza para violonchelo llena de intensidad y fuerzas contradictorias. Como otras veces (no demasiadas) tuve que parar lo que estaba haciendo y escuchar. Era un diálogo de un instrumento consigo mismo: varias voces conversaban alrededor de una melodía endiablada, que por momentos tenía aires populares, (zíngaros o algo parecido). Parecían los ecos de una fiesta en el campo mezclados con una línea obsesiva que iba y venía. Una música que casi invitaba a bailar y a su alrededor una obsesión dramática, dura, sin contemplaciones.

No tenía ni idea de qué se trataba, hasta que al final dieron la referencia: la Sonata para violochelo solo op.8 de Zoltán Kodály. Y estos días conseguí el disco, en una interpretación de Xavier y Jean-Marc Phillips (porque además del Op. 8 hay el duo de la Op.7).

Escuché los tres movimientos, "Allegro maestoso ma appassionato", "Adagio" y "Allegro molto vivace" mientras cruzaba los campos bajo una tormenta que no muy lejos debía ser de nieve. Recuperé cosas de la primera vez que la escuché, una línea de atención, de sorpresa y de intensidad parecida a aquella vez. Y descubrí otras emociones. Son sonidos que mezclan la música más popular con el presagio, ya una realidad, de la música del siglo XX. Kodály era un aficionado a las "excursiones etnomusicográficas" y esos aires se dejan sentir.

Pienso en esa música y me gusta la luz de esos países, aunque no haya estado. Pienso en Béla Bártok, su amigo, y también en Josef Sudek. Y en las nubes de hoy.

¿Puede ser que los días hayan crecido algo?.

5 de enero de 2011

Es la conmoción, no lo bonito

Sea cual sea su remoto origen, probablemente vinculado a pautas de cohesión comunitaria, la música sigue marcando nuestro destino a través de las emociones, tan intensas como efímeras, como ocurre con todo lo que se desenvuelve mediante un régimen temporal
(Francisco Calvo Serraller)

En la barra de un café, escucho una conversación en la que él se interesa por el nuevo novio de ella, y lo hace preguntándole, con un tono suave, equilibrado, sonriente, si es “sano, tranquilo... y todo eso”. “Sí, super lindo” le responde ella.

Recordé entonces como un oyente explicaba el otro día en la radio lo que le unía a las interpretaciones pianísticas de Glenn Gould: “sus problemas, enfermedades y rarezas”.

Prefiero esta segunda manera de relacionarse con los afectos, también con la admiración. Sobre todo porque es más real y porque reserva más espacios para que nos podamos conmover. Es la conmoción lo que importa, no lo bonito, como dice Harnoncourt hablando de ciertos sonidos. Igual siento con las personas, con las ausencias y con las presencias.

Cada vez que encaramos los problemas, enfermedades y rarezas, rascamos alguna de las capas que esconden el oro. Me siento lejos de lo “super lindo”, del “buen rollo” que escucho en la calle a cada momento (mientras el mundo avanza a dentelladas, algo extraño). No creo que haya nadie sano y tranquilo, pero si puede haber ganas y esfuerzo por sanear, por entender, por aceptar y por comunicarse desde el respeto. También hay música que me recuerda esto a diario.