23 de febrero de 2011

Los demonios y la noche

A los demonios no les gusta el aire libre, dice Ingmar Bergman. Por eso salgo a caminar por la mañanas (él dice que los demonios le asaltan por la noche). Admiro a este hombre, al menos a la construcción que voy haciendo de él desde hace años. En otro lugar, lejos de aquí, leí sus tres libros traducidos. Luego, poco a poco, algunas de sus películas. Y no hace mucho, Fresas salvajes.

Ingmar Bergman se parece físicamente a mi tío Andrés. Son casi idénticos. En su aspecto físico ninguno de los dos me inspira confianza. Pero cuando Bergman comienza a hablar, o cuando escribe, tengo la sensación, la certeza, de estar delante de alguien que sabe de qué va la raza humana. Sobre todo porque identifica muy bien las miserias y los miedos y aun así sigue adelante con sus proyectos. Siempre me lo he imaginado como un tipo valiente.

En el último documental que rodaron sobre él, la presentadora le pide que describa cuáles son sus demonios. Y él aparece con una pequeña lista manuscrita y comienza, uno por uno, a describirlos. Con más de ochenta años y ante una cámara. Sensible e implacable. Consciente. Pero lo mejor de todo es que, al terminar (y había unos cuantos) le dio la vuelta a la hoja y dijo que quería añadir cuáles eran los demonios que no tenía. El orgullo de no haber sido engullido por unos cuantos agujeros negros.
Admiro a alguien con ese conocimiento.

20 de febrero de 2011

Sobre la intuición, tal vez

La intuición nunca falla.
Si falla no es intuición
(le leí estos días, pero no recuerdo donde)

19 de febrero de 2011

Una luz blanca

Salí a caminar por las calles, tal vez a buscar un libro. Ya era de noche, llovía un agua mansa, como blanquecina, triste, que el paraguas no detenía. Caminé en silencio, hablé, seguí andando. Daba igual. Y al llegar frente a la catedral escuché el ruido de un generador y más gente de lo normal en el pórtico. Me detuve y entonces recordé que había un concierto, anunciado desde hace semanas, y que la lluvia me había hecho olvidar.

Entré al Pórtico do Paraíso. En la música antigua aparece continuamente la palabra paraíso. ¿Qué significará? Cantaba el grupo vocal The Tallis Scholars, dirigido por su fundador Peter Phillips. Once músicos cantando a cappella en una catedral, música sacra, sagrada. Pero con un añadido que es la primera vez que veo: la mezcla de música renacentista (Palestrina o William Byrd entre otros) con un músico vivo, Arvo Pärt.

Es la primera vez que escucho un programa tan valiente y tan bien escogido, que además el público reconoce y valora por el hilo espiritual que une el siglo XVI con el XXI. Una de las pocas veces en que la clasificación no juega malas pasadas y como resultado la música contemporánea se relega a ser la primera pieza de un concierto, como teloneros de lujo del clasicismo.

Arvo Pärt es una maravilla. Podría comparar mi música con una luz blanca en la que están contenidos todos los colores. Solo un prisma puede separar estos colores y hacerlos visibles, este prisma podría ser el espíritu de quien escucha, dice el compositor.

Una luz blanca. A mi me gusta escuchar la gran dedicatoria al piano que es Für Aline. Y el cedé verde con Tábula Rasa que me regaló L. y con el que descubrí a este músico estonio. Años más tarde, la pareja de L. me regaló la sinfonía nº 3, op. 36  de Henryk Górecki. Músicas muy diferentes pero cercanas en el tratamiento espiritual, en lo sagrado, también en el dolor de una nota que se instala en nosotros y va creciendo, zigzagueando, de la memoria a lo que está por venir.

No es una música triste (lo pienso mientras suena Für Aline). Es el silencio que precede al recogimiento. Aquel en el que uno respira más hondo porque sabe que se enfrenta a lo que no tiene fondo ni final, a algo infinito. Y necesita coger fuerza y seguridad, coger silencio.

Los antiguos asociaban lo sacro, lo sagrado con un hueso central en nuestro cuerpo, el hueso sacro. El centro del cuerpo es el centro del silencio, del recogimiento.

Y eso flotó ayer en el concierto de la catedral. Magnificat, Miserere y Nunc Dimitis de músicos renacentistas y de Arvo Pärt. Y el hilo del agradecimiento y de la entrega no se había roto en todos esos siglos.

Era de noche pero se podían ver algunos colores.

14 de febrero de 2011

Amnesia

Leo el testimonio que el neurólogo Oliver Sacks escribió sobre Clive Wearing, un hombre joven que tras una enfermedad perdió, entre otras cosas, la capacidad de recordar más allá de unos pocos segundos.

Un fragmento del diario de Clive:
2.10 pm: esta vez estoy perfectamente despierto (...) 2.14 pm: esta vez estoy por fin despierto (...) 2.35 pm: esta vez absolutamente despierto (...) A las 9.40 pm me desperté por primera vez, a pesar de lo que he dicho antes (...) A las 10.35 pm estaba plenamente consciente, y depierto por primera vez en muchas, muchas semanas.

Deborah, su mujer (con una historia de amor maravillosa con Clive) dice que es como si él sintiese que No he oído nada, ni visto nada, ni tocado nada ni olido nada. Es como estar muerto.

Fuera llueve despacio, escucho el agua sobre el tejado, cae sin ninguna violencia, el viento cesó. Solo queda la noche que comienza a avanzar. Pienso sobre esa forma de "estar muerto". Me parece que los recuerdos exigen ser cultivados, tal como haríamos con un buena huerta. Sin ellos solo existe un presente que no puede significar nada. Solo una inmensa amnesia.

Y, al mismo tiempo, sé que no hay nada más cierto que las palabras de Antonio Lobo Antunes cuando dice que lo que de verdad es difícil de predecir no es el futuro, es el pasado.

13 de febrero de 2011

Sin atajos

Hace unos días recibí un correo con un texto atribuido a Jorge Luis Borges. Y el caso es que ya es la segunda vez que, desde diferentes lugares, me llega el mismo texto. Es ese en el que un supuesto Borges de 85 años (tengo hasta dudas de que sea suyo) se lamenta de haber vivido la vida entera de manera tan correcta e "higiénica" y escribe sobre todo lo bueno que haría si volviera a vivir, y que dice haberse perdido (habla de tomarse las cosas con menos seriedad, de caminar descalzo, de contemplar más amaneceres...).

Hace tiempo también circulaba por muchos lugares una larga carta atribuida a Gabriel García Márquez en la que reflexionaba sobre su vida en un momento en el que una supuesta enfermedad terminal le había hecho ver la vida de otra manera.
Parecen textos con buenas intenciones y aire seudopoético que se me caen de las manos en las primeras palabras. Sean o no de ellos no me merecen mucho interés (ni aprecio). Ahí no está la valentía ni el gusto por correr "riesgos" que dice el supuesto Borges.

Cuando la cosa se pone difícil a mi no me sirven de nada esos supuestos atajos bienintencionados, que incluyen buena parte de lo que se debería hacer y además cómo hay que hacerlo. Parecen recetas de cocina dedicadas a explicar la elaboración en unos pocos minutos de un plato que tarda horas en cocinarse. Y además horas de dedicación plena (y gustosa). Creo que hay que vivir al límite, pero eso no tiene nada que ver con la apariencia de vivir al límite. Es otra cosa. En realidad es algo que solo sirve para cada persona, es una trayectoria que está pendiente de ser trazada.

Hace unos días escuché a Amancio Prada interpretar el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz en una antigua abadía. En ese poema maravilloso es donde se habla de la noche sosegada, de la soledad sonora, de la cena que recrea y enamora. Y por supuesto de la música callada.

Durante mucho tiempo, y sigue ocurriendo con igual intensidad, cuando no busco un atajo necesito estar cerca de la Música callada de Federico Mompou. Sencillamente porque tiene la cualidad de señalar, por algo parecido a la decantación (el silencio), lo que es importante de verdad. Separa las emociones y al final te deja a solas con lo que de manera cierta está contigo. Y entonces, por fin, puedes escuchar algo.

11 de febrero de 2011

Los recuerdos son el combustible

Las personas diminutas, la luz brillante.
Encuentro esta frase en una libreta de notas y quiero tenerla cerca.

Para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar viviendo. Y para el mantenimiento de la vida no importa que esos recuerdos valgan la pena o no. Son simple combustible. Lo escribe Haruki Murakami en "After Dark"

Hace unos días me crucé con un poema de un autor que no conocía, el polaco Vladimír Holan, que me llevó hasta una gran reserva de combustible, intacta en algún lugar no lejos de aquí. Voy a copiar el poema:

¿Qué después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí
al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo
pensando que el principio de nuestra resurrección, la de todos los difuntos,
lo anunciará el simple canto de un gallo...
Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento...
La primera en levantarse
será mamá... La oiremos
encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo del café.
Estaremos de nuevo en casa.

Viví durante mucho tiempo una resurrección así. Conocí el silencio de la casa cuando el fuego de la cocina comenzaba a calentar. El olor de la lumbre, la confianza que ofrecía. Las piñas secas prendiendo en la madera. Los pasos sigilosos. Un silencio cuidadoso para no despertar a quien todavía quería dormir.

Cuando comencé a vivir fuera de la casa y volvía a ella en invierno, en las vacaciones, llegaba de madrugada. Cerca de la estación, el tren cruzaba el río a través de una densa niebla y mucho frío. Toda una noche de viaje, sin poder dormir apenas. Desde la ventanilla de aquella especie de camarote veía pasar los árboles desnudos y entonces sabía cuanto los había echado de menos. Aún estaba amaneciendo.

Por eso llegaba a la casa cuando el fuego empezaba a calentar la cocina y el resto de la casa permanecía congelada.

Ahora leo "Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro" de Oliver Sacks. En uno de sus capítulos, habla de lo que denomina conciertos involuntarios, una especie de sonidos que de pronto comienzan a acompañarnos a todas horas y en todo momento y que pueden llegar a ser difíciles de controlar. Y siento que los recuerdos se parecen mucho a esa idea de concierto involuntario, de sonidos y silencios que viajan a nuestro alrededor.

2 de febrero de 2011

Un lápiz

Durante mucho tiempo lleve este viejo lápiz sobre el salpicadero de mi coche. Cada vez que lo veía me sentía incómodo al observar su punta desgastada y sucia. Siempre quise afilarlo hasta que un día ya no pude más y por fin lo hice. No estoy seguro, pero creo que esto tiene que ver algo con el arte.

Hace tiempo que conservo este pequeño texto de John Baldessari, que él montó con dos fotos del lápiz, antes y después de afilarlo. Me lo envió un amigo hace algunos años y, de una u otra manera, cada vez que lo leo siento que mucho de lo que se puede decir sobre el trabajo artístico y creativo está ahí.