30 de marzo de 2011

El hallazgo de unas palabras

Algunas veces, en algún lugar, uno encuentra las palabras que sabía que existían pero que no lograba dar con ellas. De una manera más o menos difusa intenté referirme en otras entradas del blog a una experiencia, una percepción, que no sabía nombrar bien. Estos días, al empezar un libro de Comte-Sponville dí con esas palabras. Son estas:

En relación con la moral hay muchas formas de ser religioso y muchas formas de creer. Pero quizás haya sólo una creencia: la de que el Bien "existe". Con eso les basta. Todas las religiones coinciden en lo siguiente: como el Bien "existe" (en Dios) no se debe "hacer" el mal. En eso consiste la moral de todas las religiones. La cuestión radica en saber si toda moral es religiosa. Una moral verdaderamente atea diría exactamente lo contrario: puesto que el bien "no existe" es preciso "hacerlo". Moral de la desesperanza. Trataremos de pensar su posibilidad.

Me parece que desde ahí se puede hacer algo. El bien, como la realidad, es algo que hay construir, elaborar, sobre la base de que lo propio es su ausencia o el caos sin forma que a veces constituye lo real.

Pienso en los poemas de Raymond Carver y en su conquista de un Sendero nuevo a la cascada.

25 de marzo de 2011

Pequeñas marcas hechas con un lápiz

Mañana tengo que devolver un libro a la biblioteca sin haber tenido tiempo para leerlo. Lo hojeo, leo algunos fragmentos. Y encuentro marcas, a lápiz y muy pequeñas, que un lector anterior ha dejado. Salto de marca en marca, hay una persona con unos intereses tras esas pequeñas señales. Quiero copiar aquí algunas de ellas.

La oración, decía Wittgenstein, "es el pensamiento del sentido de la vida". Pero si la vida tuviera un sentido, no habría necesidad de orar.

¿Quién puede jactarse de haber suprimido todo el miedo?

Vivir consiste siempre en soñar la vida (la vida nunca nos es dada, excepto en algunos momentos de gracia o de eternidad, más que como vivida o por vivir).

La verdad de vivir es vivir. Desesperanza y plenitud: la verdadera vida está presente.

"La clave del enigma", decía Wittgenstein, "es que no hay enigma". La vida no está para interpretarla, sino para vivirla. Lo real no está para comprenderlo sino para conocerlo. Y tanto una como el otro están para amarlos alegremente. Ésta es la sabiduría misma: amor y simplicidad.

Todo reside en la ética (desilusionarse de sí, del futuro y de todo), la moral (dejar de mentir) y la metafísica o la ontología (la eternidad de lo real y de lo verdadero).

Palabra del que vive: "Mientras la vida no nos abandone, no aullaremos a la muerte".
Desesperación y coraje, confianza y paz: lo real se toma o se deja.
Tómalo.

Este es el círculo vicioso del yo: hago lo que yo quiero, quiero lo que soy, soy lo que hago... Como el sujeto no es algo distinto de sus actos, el círculo vicioso se resuelve, como siempre, en la identidad donde él nos retiene. Soy lo que soy porque hago lo que hago; hago lo que hago porque soy lo que soy. Pero el ser es anterior al actuar (no eliges tu cuerpo), y siempre se está "hecho" antes de "hacer" (no eliges tu infancia). Cada cual es así culpable de sus actos (en la medida en que son voluntarios), pero inocente de sí.

(son fragmentos que otro lector señaló en "Vivir", del filósofo André Comte-Sponville)

23 de marzo de 2011

Racalmuto

Recorrió la isla en tren. Había llegado a Sicilia en barco. Se quedó un tiempo en Palermo. Me lo contó con detalle: como iba por las mañanas al mercado que quedaba cerca de las ruinas de los bombardeos de la gran guerra, el asombro frente a los cristales antibala del palacio de justicia, acristalado, un bunker traslúcido (opaco en muchos lados), para intentar juzgar a los mafiosos; Racalmuto, a donde fue y volvió en homenaje a su admirado Leonardo Sciascia, la habitación en un hotel de una calle principal, con una mesa pintada de verde y un balcón desde el que podría haber fotografiado Cartier-Bresson. Debajo, la calle. Y al cabo de un tiempo, se compró una chaqueta negra, una especie de americana, como la mayoría de los hombres de la isla. No salía a caminar sin ella.

No se por qué, mientras cenábamos me lo fue contando. Mejor dicho, sí me lo dijo: fue porque en aquel restaurante, de pronto, sonó una música que le recordó a Sicilia (tan cerca de Libia). Le miré fijamente, con toda mi concentración, porque me gustaba como me lo contaba. Vivió allí una buena temporada. Y unos acordes en un restaurante fueron suficiente para regresar.

Cuando volví a casa, escuché por casualidad en la televisión una música preciosa, una banda sonora de Gustavo Santaolalla. De él también era la pieza que había sonado durante la cena.

20 de marzo de 2011

Citas, un fado

En la letra de una canción sefardí: Pescaría mis penas con palabras de amor.
El título de un fado que canta Amalia Rodrigues: Extraña forma de vida.
Una opinión que escucho en la radio: No vale nada si no tiene swing.
Y un título de Tony Judd: Algo va mal.
Y otra opinión que escucho hoy sobre la música sacra de Vivaldi: La pasión por existir.
Me dejo llevar, pero conozco la corriente que he elegido. De una entrevista al pintor Anselm Kiefer.

Anotaciones de un día

19 de marzo de 2011

36 opciones

Anoto una frase de Wordsworth: El niño es el padre del hombre. Lleva conmigo varias semanas.

Hace un tiempo me regalaron una botella de vino de Emilio Rojo. Es una pequeña (o gran) joya que guardé con esmero, con mucho cuidado. Así me lo habían pedido y así lo hice. Ocupaba un lugar tan importante que nunca era el momento de beber ese vino, tenía que venir algo todavía más especial. Cuando al final llegó el día, con una buena comida acabada de preparar, al abrir la botella comprobé que el vino se había estropeado. Había pasado su tiempo.

Hace días que me acuerdo de esto. Porque también hace semanas que guardo con todo cuidado el recuerdo de dos de los mejores conciertos que escuché este año. Y porque me parecía tan difícil decir algo sobre ellos que nunca fue, tal vez hasta ahora, el momento.Y así me fuí quedando en silencio sin en realidad pretenderlo.

El 24 de febrero escuché a la RFG, dirigida por Helmuth Rilling, interpretar un concierto completo dedicado a Bach: la Suite núm. 2, la cantata núm. 202, el concierto para tres violines BWV 1064 y la cantata núm. 51. En mitad de días muy difíciles, recuerdo ese concierto como un momento en el que recuperé por unos instantes el control de la respiración. Y aquellos sonidos me acompañaron, a ellos les estoy agradecido como lo estaría con una persona a la que le debo mucho.

La música no debería ser meramente cómoda, nunca fosilizada, nunca calmante. Debería sorprender a la gente y llegarles muy dentro, obligándolos a reflexionar, dice Helmuth Rilling, uno de los grandes estudiosos de Bach.

Días más tarde, el 27 de febrero, con ese recuerdo en la piel, acudí a la Iglesia de Santa Eufemia a Real do Centro a escuchar a un violonchelista que no conocía, Pieter Wispelwey, interpretar dos de las seis suites para chelo de Bach, la núm. 1 y la 2, y otras dos suites para chelo que dialogaban con estas: la Suite n1 º op. 72 de Benjamin Britten y la Suite núm. 1 de Joseph Maximilian Reger. Y fue un encuentro inolvidable. Llegué con tiempo, pude sentarme en uno de los primeros bancos de la iglesia y disfrutar de una sonoridad semejante a la mejor sala de conciertos.

Es imposible agotar la escucha de las suites para chelo de Bach. Y es una experiencia que no se olvida escucharlas interpretar en directo. Pieter Wispelwey aportó vibración, colorido y también una ligereza llena de precisión en los seis movimientos de cada suite: desde la fantasía que parece dominar el Preludio hasta la organización rigurosa de la Allemande, la alegria de la Courante y la serenidad y madurez que hay en la Sarabande (así se titula la última película de Bergman, siempre me acuerdo de ella en ese movimiento), justo antes de las danzas casi de corte que parecen los dos Menuet y el lazo final, más suelto, de la Gigue. Y todo con esa especie de polifonía que en unos momentos parece venir de varios instrumentos y en otros se asemeja a un diálogo de varias voces. Seis suites con seis movimientos cada una: 36 combinaciones a las que volver una y otra vez.

En esos días, mientras intentaba averiguar por donde seguia la senda, me llegó un precioso correo que hablaba de algunos viajes interiores parecidos a un gran elefante que nos lleva. Y de saber balancearse sobre él, con la confianza que da abrazarlo más que agarrarlo.

Ahora releo una frase de Rilke que cita Comte-Sponville: Debemos mantenernos en lo difícil. Todo lo que vive se mantiene ahí... Es bueno estar solo porque la soledad es difícil. También es bueno amar, pues el amor es difícil.

Leo sin parar, sin tregua, 1Q84 de Haruki Murakami. Escrito con la misma estructura que El clave bien temperado de Bach. A veces, algunas tardes, alterno una pieza de esa música con un capítulo del libro, como un homenaje a no se sabe bien qué, a algo invisible que simplemente le gusta estar cerca de nosotros, sin esperar nada.