30 de abril de 2011

Una música y una ciudad

Cuando en una historia aparece un arma de fuego, ésta deberá ser disparada, (encuentro esta cita de Chéjov). Recuerdo que hace pocos meses, en el tren, el hombre que ocupaba el asiento de al lado leyó los cuentos de Chéjov durante un trayecto de varias horas. Me encanta saber qué está leyendo la gente con la que me cruzo. A veces, no puedo evitarlo, el libro abierto me parece un pasaporte: allí también está la identidad de quien le está prestando toda su atención.

Hace días cumplí un pequeño sueño: asistir a la Semana de Música Religiosa de Cuenca (he seguido muchos de sus conciertos por la radio estos años pasados). Es una ciudad a la que, por unas u otras razones, he ido y venido con frecuencia. Y me gusta. Pero el festival, al menos los conciertos a los que pude asistir no me entusiasmaron. Ni la organización ni el propio concierto. Se me hacía raro esa percepción en un lugar que formaba parte casi de un sueño.

Me hubiera gustado poder asistir al concierto de Gustav Leonhardt interpretando cantatas de Bach. Pero sí pude escuchar a Fabio Bonizzoni tocando a Bach en el clave, junto a su grupo, La Risonanza. Y no sentí que allí se creara ese bucle de sonido que es la Ofrenda musical. Me pareció música sin demasiado hilván, salvo en el clave y en el chelo. Ritmos y tiempos que sonaban extraños, poco intensos, secos y hasta desajustados por momentos. Extraño también percibir eso, pero así me lo pareció.

Hoy me crucé en la televisión con un reportaje sobre la Semana de este año. Y me gustó escuchar las opiniones de Nathalie Stutzmann hablando de la dificultad de dirigir una pequeña orquesta y de cantar a la vez.

Tengo cerca un disco con madrigales de Claudio Monteverdi, interpretados por el grupo La Venexiana, en el que Fabio Bonizzoni vuelve a tocar el clave. Me quedo con esa interpretación, por ejemplo con la intensidad y el vaivén desgarrador del dolor con el que suena el precioso Lamento de Arianna.

29 de abril de 2011

Valparaisos

Hace días, leyendo a Comte-Sponville (creo que esto va a durar), encontré lo que él considera una declaración de amor, mejor dicho, una declaración de amor profunda porque no nos pide nada: Me alegra la idea de que existas o Cuando pienso que existes, me da alegría.

Marqué la página. No conozco otra manera mejor de expresarlo.

En un largo viaje en coche, de pronto me dio por escuchar una música de hace muchos años. Es la banda sonora que Nino Rota compuso para la película Amarcord de Fellini. Amarcord. Unos días antes había recuperado ese cedé del fondo de una estantería.

Recuerdo que en la carretera, despacio, me adelantaban unos camiones portugueses de una empresa que se llama Joao Pires. No es la primera vez, y siempre que los veo me hacen pensar en la pianista María Joao Pires. Y en mitad de una recta encuentro Valparaíso de abajo y Valparaíso de arriba. Mientras sigo hacia delante pienso en el Valparaíso de Chile, que solo conozco por las fotos de Sergio Larrain.

Un mapa con rutas no escritas. De aquí hasta allí para poder perderse. Siguiendo la línea invisible.

Aunque parezca mentira, ahora tengo ganas de que llegue el invierno. Puede que ahí empiece todo, más que en la primavera. En la oscuridad que llega pronto y que obliga a encender alguna luz.