17 de junio de 2011

La agitación del mundo celular

Sentado a la mesa, escuchando las idas y venidas de la voz en el canto gregoriano, copiando un texto leído, copiando textos de un libro en una libreta sin tener una razón concreta para hacerlo, solo por la necesidad de recorrer esas palabras de otra manera, con todo el cuerpo. Es tarde, hay mosquitos, hace calor. Algunas imágenes mentales se superponen a las físicas, o al revés. No están claras las fronteras.

Hace días que no consigo asistir a conciertos que me hubiera gustado escuchar, a veces porque no puedo, otras porque no hay entradas (nunca hay entradas para la programación del Xacobeo Classics, siempre está lleno pero nadie sabe como poder asistir. Uno siente algo parecido a la vergüenza ante ese uso del dinero público). Por supuesto fue imposible escuchar a Mischa Maisky tocas las suites para chelo de Bach y mucho más será a Daniel Barenboim dirigir a la Staatskapelle de Berlín.

A cambio pude oir las imágenes, en silencio, de Nathaniel Dorsky. Me lo habían recomendado, no lo conocía. Fue una experiencia inolvidable. Películas de cine, mediometrajes, que nada tienen que ver con el cine habitual. Solo imágenes que crean la propia película, que la van creando mientras surgen en la pantalla. En muchas el mundo misterioso, envolvente, de los organismos vivos, mundos hechos a base de partes diminutas, como panales de abeja. O la agitación del mundo celular, su temblor. Organismos celulares emitiendo un mensaje hipnótico, del que es posible que no haya código. Solo hay su escucha, el proceso de sentirse uno mismo esa agitación.

Nathaniel Dorsky estaba presente en la proyección, decía unas palabras antes de cada película. Hablaba, por ejemplo, de la arquitectura del refugio, de la película como un lugar o de como unas imágenes se acercan al umbral de la solidez. También de como desde un punto de vista poético todo es más real, naturaleza y artificio apenas se diferencian, igual que un pájaro y su nido.

Y ahora recuerdo lo que dice Chantal Maillard de por qué escribe poesía: escribo para que el agua envenenada pueda beberse.

9 de junio de 2011

Reciprocidad

Un hermoso acuerdo de reciprocidad, dice J.D. Salinger.
En algunas ocasiones ese acuerdo se produce con una persona, un lugar, un tiempo. También con los sonidos. Tal vez con la música a la que se está agradecido exista esa reciprocidad, porque tras el momento en que quien escucha le dedica toda su atención, ella devuelve en buena reciprocidad toda esa intensidad, en un circuito que no se sabe donde comenzó.