18 de julio de 2011

Futuro pasado

Escucho hablar de un concepto que para mi es nuevo: el futuro pasado. Se trata, más o menos, de con que pasado queremos jugar en el futuro, es decir, que pasado vamos a construir para que nos sirva en el futuro y servir es, entre otras cosas, que nos pueda ofrecer continuidad sobre nuestros episodios vitales (algo no muy lejano, tal vez, a la duración de Peter Handke).

Es la primera vez que escucho diseccionar una idea así. Pero intuitivamente siempre he sentido cerca esta forma de tratar con el tiempo y con las construcciones más personales. Y durante años esta idea la he ido tejiendo, conformando, junto a la música de Franz Schubert. Ahora creo que no.

17 de julio de 2011

Oro no

Frente a mi ventana de esta noche hay una palmera delgada, muy alta y las luces de la ciudad. Esta tarde viajé escuchando en mi admirado programa Juego de Espejos de R2 la selección musical hecha por el poeta Vicente Gallego. A lo largo de una carretera que va paralela al mar escuché la primera pieza que eligió: un motete de Tomás Luis de Victoria. Y me alegré porque fue un encuentro con una música que casi parecía necesitar, un acompañamiento en el recogerse como solo disfruto con la música de Victoria. Es un caso único, o eso me parece, porque hasta sus piezas fúnebres son un recorrido por las áreas más luminosas de lo invisible. Me parece la música de una entrega.

Bajé todavía más la marcha, acompasé las curvas de la ruta a la voz que viajaba de ventanilla a ventanilla. Un coche silencioso, viajando solo, es uno de los auditorios que más disfruto. Además iba por una carretera curiosa porque en los arcenes, en los balcones de las casas, en los portalones y en cualquier lugar hay pancartas que dicen Oro No. Me gusta ese mensaje, en realidad contra la instalación de una mina de oro a cielo abierto, porque me hace pensar en la plata de los días, un brillo que prefiero.

En el programa, Vicente Gallego decía que a veces escuchar una pieza le llevaba a escribir un poema, pero que era porque una emoción llevaba a otra y luego a algo que estaba más allá de uno mismo. A mi el viaje y su música me hizo sentir claramente por qué me gustan tanto algunos personajes de Haruki Murakami, y es que cuando las cosas se ponen difíciles y estoy extraviado pienso en qué haría uno de sus personajes en mi situación. Y me sereno, porque sus hombres en momentos delicados hacen un té, o conducen por la noche, o preparan una comida con todo detalle, o escuchan una música concreta o tal vez beben algo poderoso. Sus personajes trocean el mundo en pequeñas porciones de cosas necesarias, cosas tan pequeñas que se llega hasta la escala de lo diminuto. Y en esos tamaños todo es relativo, al tiempo que se hace necesario y está dotado de un fuerte sentido. Una lucha pasa a ser un diálogo con algunos átomos de la plata diaria y puede ser el inicio para llegar a algo más allá de uno mismo. A algunos de esos encuentros les debo bastante y eso no se olvida.