6 de noviembre de 2011

Un misterio que palpita

Escucho otra vez los cuatro últimos lieder de Richard Strauss en la primera versión que tuve, la de la soprano Jessye Norman con Kurt Masur al frente de la orquesta.

¿Cuántas veces he escuchado esta música?, ¿y en cuántas situaciones diferentes? Y una y otra vez el orden y la escritura de esta emoción en cuatro canciones existe y expulsa fuera de esa estructura todo lo que no es ella misma. Y ni asomo de poder entender la inmensidad y también la calma que hay en esa despedida: un misterio que permanece innombrable desde el primer día que escuché uno de los lieder en la radio y me detuve como si me hubieran hipnotizado. Luego supe que eran las canciones para despedirse de una vida.

Al final de La montaña del alma, Gao Xingjian, tras narrar en 651 páginas un viaje inolvidable, el de una vida también, concluye con una frase: En realidad no comprendo nada, pura y simplemente nada. Así es. Y no es cualquier incomprensión, es la de quien ha regresado a casa luego de dar la vuelta a varios mundos interiores.

Lo más complejo, y es posible que lo más enriquecedor, es cuidar por mantener cerca de nosotros el misterio, lo que no comprendemos. Y admitir que lo mejor que nos puede ocurrir es esa ignorancia: saber que la semilla, una esfera protectora, no se abre nunca.

El otro es un enigma para mí. Yo, para el otro. O se renuncia a descifrarlo o se entra en la desconfianza, escribe Castilla del Pino. Pero eso es difícil de aceptar, nadie nos ha enseñado, y por eso con una navajita afilada, como si nada fuese a ocurrir, a veces se abre la semilla para mirar dentro y, al instante, sentir el ácido que indica que no habrá vuelta atrás.

Tal vez la música pueda enseñar a disfrutar del enigma, a identificar lo que no se puede descifrar y a intentar convivir con él. Estas cuatro canciones hay que aceptarlas como cuatro misterios que palpitan, sin más, y sin creer saber nada de ellas cuando comienzan a sonar (puede que antes o justo después sea algo distinto, pero no cuando están sonando). Cuando están haciéndose solo queda callar y escuchar, porque nos están haciendo.

Inclinarse ante el enigma, ante la riqueza de lo que no podremos desentrañar (sacarle las entrañas). Y acariciarlo.