12 de octubre de 2009

A mí me gusta escucharte

Son imágenes que provocan casi un dolor físico. Imágenes de la vida en un estado que parece el natural, no el de todos los días.

No mentir, no traicionar, no humillar, no dominar... Son palabras de Natalia Ginzburg citada por Gustavo Martín Garzo en un artículo que leí esta mañana. En él habla de esta escritora y la relaciona con la cineasta Agnès Varda, en su retrato de las espigadoras, también de ella misma: ir tomando de la corriente de la vida esos restos que nadie quiere y que conservan misteriosamente el poder de iluminar un instante nuestro paso por este mundo.

Esta noche ví la película Génova de Michael Winterbottom. Me será difícil olvidarla, es una maravilla que provoca algo que es casi dolor físico. Tres personas luchando por sobrevivir, queriéndose y gritando en mitad de la noche su dolor. Un padre y sus dos hijas, una de ellas aún pequeña. Una mujer maravillosa que los guía por la nueva ciudad y a la que él rechaza en favor de una tal Rosa, ¡qué rabia me dió!, ¿cómo pudo dejar que pasara a su lado sin más aquella mujer?

Todo parecen casualidades. Ayer, en un acto, por azar me senté al lado de una señora que no conocía. Al rato alguien nos presentó y comenzamos a hablar. Era una mujer madura, llena de poder en sus gestos, muy guapa. En muy poco tiempo me contó una desgracia igual a la que vive el protagonista de Génova.

Martín Garzo elogia el trabajo de las espigadoras, recoger las espigas que quedan abandonadas en la cuneta. Lo que no merece otro aprecio, lo que se desecha. En un momento de Génova, la niña más pequeña enciende una vela por alguien, y la mujer que la acompaña le pasa la mano por la cabeza mientras intenta responder a su pregunta sobre si existe el cielo. Al terminar la explicación le pregunta si tal vez habla demasiado. No, le responde la niña, a mí me gusta escucharte.