15 de marzo de 2010

No hay prisa, es viernes a la noche

Tres escenas:
A la mañana.
Miro unas fotos sobre una mujer mayor que sufre Alzheimer. En una de ellas intenta escribir su nombre, pero ya no sabe escribir, también lo ha olvidado. Aún así traza algunas letras: una eme preciosa para iniciar el nombre de Marina, ilegible. En otras fotos está jugando a las cartas con una mujer joven que es su hija. Entonces le pregunto a quien hizo las imágenes si la mujer mayor todavía se acuerda de jugar a las cartas y me responde que no. Pero que su hija juega con ella, cada día, con una seriedad de buena jugadora, a un intercambio de cartas que obedece a reglas desconocidas para las dos. Se inventan un juego y un significado para las cartas, e imagino que para todo lo que existe en ese espacio que comparten. Un juego solo se modifica con otro juego.

Al empezar la noche.
Tuve ganas de acercarme y decirle: Maestro, no hay prisa, es viernes a la noche. El pianista Alexander Ghindin interpretó el viernes pasado de una manera magistral piezas de Scriabin y Rachmaninov. Pero sobre todo Cuadros de una exposición de Modest Mussorgski. A un ritmo lento, mucho en algunas ocasiones, pero de una profundidad difícil de alcanzar. Sonidos de trazos largos y densos que avanzaban con las pulsiones de un ser increíblemente vivo, capaz de apreciar la diferencia. El público reconoció el esfuerzo y el pianista concedió tres piezas breves e igual de intensas que la emoción que había en la sala. Parecía querer seguir tocando toda la noche. Ojalá hubiera sido así.

Al final de tres días.
Al caer la tarde, frente al sol, las aves marinas viajan hacia el mejor lugar para pasar la noche. Frente a la luz rojiza cruzan convertidas en siluetas negras. Un hombre sube con tres niños pequeños a una roca cercana. Intenta sentarse para ver ponerse el sol, pero ellos gritan y juegan y es imposible tener la tranquilidad que parece buscar. Se enfada, les riñe, pero también se rie con ellos. Hablan portugués, me gusta oírles mientras miro el mar. Creo que les dice algo sobre un árbol que se llama guayacán. Falta poco para que empiece la noche. En la cabeza, una y otra vez, un poema de Billy Collins titulado The Introduction, de su libro Lo malo de la poesía. Y la confusión, siempre, con otro de Philip Larkin (¿Es solo por ahora o para siempre / que el mundo tenga que asirse a una estaca?). The Introduction es demasiado largo para copiarlo aquí, que es lo que me gustaría. Habla de lo que es obvio y de lo que es menos obvio, de lo que necesita presentación y de aquello cuya principal propiedad es permanecer en la oscuridad. Y de ser espectador de todo esto.