Una de los mejores bálsamos que conozco para tratar las heridas es escuchar la música de Bach.
Hoy, en medio de un frío polar (dentro y fuera), viajé con toda la atención puesta en la Misa en Si Menor dirigida además por Nikolaus Harnoncourt. Es una pieza vocal luminosa y brillante, deslumbrante, entregada a algo que va más allá de ella y que la recorre sin dejarse ver.
Pero al mismo tiempo la música no debe servir para tratar las heridas, ni mucho menos para entretenerse en darles lametones más o menos concienzudamente. Hace unos días leí una entrevisa al filósofo Eugenio Trías en la que decía que la música no posee significación, pero rebosa de sentido. Y creo que debe ser eso lo que ayuda a regenerar los tejidos muertos: el sentido.
Porque, de alguna manera, las heridas son una pérdida de sentido de algo que forma parte de la esfera de nuestro mundo. Y el estar cerca, simplemente eso, de algo que rebosa otro sentido hace que, por simple ósmosis, nuestras células más internas vuelvan a latir. Encontrar sentido a lo que no parece tenerlo, a lo que se nos niega, a lo que parece estar muy lejos de tener un significado, a veces es una buena razón para querer despertar.