Se apagaron las luces y callaron las conversaciones del público que lo esperaba, se hizo el silencio. Y del medio de la sala, a oscuras, comenzó a llegar su voz sola, sin acompañamiento al principio, luego arropada, aunque de momento sin instrumentos. Un canto denso y envolvente, a ratos seco. Desde lo alto de la tribuna del circo Price, en Madrid, apenas se veía nada allá abajo. Pero llegaba su voz y no se escuchaba otra cosa. Un canto conmovedor, algo que giraba y ascendía en aquel escenario circular. Así siguió un buen rato hasta que se encendió alguna luz en el escenario, y en el pasillo entre butacas, para que aquel pequeño grupo de cantantes avanzara y pudiera subir al escenario. Allí acabó aquella primera canción, los aplausos cerrados, su voz ronca, socarrona, tranquila y cariñosa. Por momentos los puños y los ojos cerrados, la elegancia en todo el cuerpo sentado, la luz oscura que caía sobre su traje, la luz más blanca también. Poco a poco cantó en un flamenco de letras nuevas que a él le gustaba escoger. Mucho frío fuera y el cante que se alargaba durante aquella noche. Todo pasó muy rápido. Dentro hacía mucho calor (había llegado corriendo, casi no llego). Fue el 20 de febrero de este año. Un concierto de Enrique Morente.
Un día inolvidable.