21 de mayo de 2011

Vernos en la penumbra

Recuerdo bastante bien como son los pisos en los que transcurren las películas de Woody Allen. Casi todos me gustan, y en especial las habitaciones para dormir, las camas, los cabeceros de las camas, los colores. Y la iluminación, las lámparas puntuales, las zonas en penumbra. La calidez de un ambiente. Siempre me parecen espacios cargados de erotismo.

Ayer recordé todo esto escuchando en un café precioso, El Latino, al grupo de jazz The Swing Serenaders, de Barcelona. Aquello fue una fiesta. Un clarinete, un trombón, una guitarra y un contrabajo sobre el pequeño altillo del escenario. Y piezas de jazz clásico más algunas propias tocadas a la manera, como ellos decían, de New Orleans. Una auténtica fiesta. Cuatro músicos que emitían la felicidad de tocar en directo, dirigiendo hacia nosotros una música que te levantaba de la silla. Y un público que no paraba de sonreir, tocado por aquel ritmo, por el buen ambiente. En un café, por la noche. A todo el mundo allí parecía habérsele transformado la cara. Un instante en el que la atención consistía en seguir aquel río.

En la singularidad de su ser siendo cualquier cosa es infinita, dice Chantal Maillard. Escuchar es infinito. Porque exige atención, dirigir la atención, elegir los canales por los que va a circular una especie de energía, también de vacío, invisible. Escuchar es ofrecer ese cauce. Pero saber centrar la atención no es fácil, aunque tal vez se pueda practicar: Entrenarse en la temporalidad del suceder, dice Maillard, aprender a transformar lo real en un suceder, las cosas en una vibración. Por ejemplo quedándose cerca de la música, dedicándole un tiempo, aceptando que ese tiempo se alarga y se expande cuanto más nos concentramos.

Algo de esto ocurrió ayer durante el concierto, algo parecido a una complicidad entre músicos y espectadores, una especie de iluminación que recorría la madera del café, circulaba por entre las mesas y nos iba dibujando a todos en aquella sesión de jazz. Gracias a los sonidos tuvimos una forma nítida durante unos pocos segundos, y pudimos vernos, reconocernos, en la penumbra. 

Tal vez nos volvamos a encontrar.