7 de enero de 2013

El final, al inicio

Así comenzó Yoel Ravid a ceder. Ya que podía observar le agradaba observar en silencio. Con los ojos cansados pero abiertos. La profunda oscuridad. Y, si era necesario, fijar la vista y permanecer de vigilancia durante horas y días, o incluso durante años, de todas formas no había nada mejor que hacer. Con la esperanza de que se repitiera un momento extraordinario, imprevisto, de esos en que por un instante brilla la oscuridad, y se produce un fulgor, un resplandor repentino que no se debe desperdiciar y que no te debe pillar desprevenido. Porque tal vez nos indica lo que tenemos frente a él. Nada, salvo emoción y humildad.

Conocer a una mujer, de Amos Oz, trata de lo que comienza a existir mientras uno es atravesado por esa experiencia del ceder, no muy lejana a un pequeñísimo y penetrante haz de luz blanca.

Este fragmento es el final. Para llegar a él hizo falta atravesar las montañas.