14 de mayo de 2008

Carta


















Cuando escribí sobre una escena en la que dos personas escuchaban la misma música, aunque en habitaciones diferentes, un visitante anónimo del blog manifestó que le gustaría saber como continuaba la historia. Sonreí y respondí lo mejor que pude. Luego, una amiga me escribió un mail: esfuérzate y sigue la historia.
No la voy a seguir, pero hace días que pienso en otra historia que tiene relación, de alguna manera, con aquella primera escena. Sólo me veo capaz de contarla a la manera de una carta.
Fue durante una de las separaciones más difíciles que he vivido hasta la fecha, cuando entreví que ya me alejaba, sin vuelta atrás. Una tarde que estaba solo en nuestra casa, intuyendo un viaje que me llevaría lejos, decidí coger de la estantería común algún libro nuestro, alguno que tú hubieses traído cualquier día, impaciente por empezar a leer. Lo decidí rápido: el catálogo de la exposición de Arnulf Rainer que habíamos visto juntos, y un libro de poemas de Czeslaw Milosz (que acabo de coger). Leer poemas es una actividad maravillosa, en soledad o en compañía. Y hay uno de ese libro que casi me sé de memoria: La muerte de un hombre es igual a la caída de un Estado poderoso / que tenía ejércitos valerosos, caudillos y profetas y puertos prósperos y buques en todos los mares. (Y continúa).
Pero no fue lo único que me llevé de la estantería común. Aunque siempre vivíamos con poco dinero, a veces nos concedíamos grandes compras. Una de ellas fueron los dos cedés con las Suites de Violonchelo de Johann Sebastian Bach, interpretadas por Yo-Yo Ma. Venían en una caja maravillosa, de portada roja, de la firma Sony Classical. Aquella misma tarde decidí que yo me llevaría uno de los dos cedés, así podríamos seguir escuchando la misma música pero no de la misma forma: a cada uno le faltaría la mitad de las piezas, y las tendría el otro. Ni lo sentí como un reparto equitativo ni como el almíbar de la media naranja. No, no, aquello era lo que mi estómago y mi corazón me pedían, debía ser así, debía permanecer aquella marca en la piel, no compraría de nuevo esos discos. En cambio, cuando sonara aquel cedé, escucharía también el sonido de nuestra casa, la mesa grande de madera donde estaba el equipo de música. Incluso podría llegar un día, desconocido para los dos, en que los dos cedés estuviesen sonando al mismo tiempo aunque en lugares muy alejados. Serían casas distintas, por supuesto, incluso habría otras personas junto a nosotros, podría ser. Elegí el Disco 2 y no me llevé la caja original. Tú tardaste en descubrirlo, pero nunca dijiste nada y aceptaste las cartas del juego. El mío lo guardé en una caja vacía que se titulaba Nuevas Músicas, (menuda ironía), pero al poco tiempo le dediqué una caja nueva y la rotulé con cuidado: Suites nº2, 3 y 6.
Años más tarde, hace poco, mientras conducía, escuché en la radio una interpretación de estas suites que, literalmente, me obligó a detenerme para escuchar con toda la atención. Era una visión de Bach diferente a lo que conocía, se trataba del violonchelista Pierre Fournier. Y en ese momento decidí volver a comprar los dos discos con las suites para chelo de Bach, interpretadas por este músico. No sabía nada de él, ni lo conocía. Aunque a los pocos meses, otra amiga me dijo: Sí, Fournier es el Glenn Gould del violonchelo. Desde entonces, podría decir (a la manera de Murakami,... siempre habrá una mesa reservada para tí al fondo del restaurante) que en todas las casas que habito, hay una habitación dedicada a la música de Yo-Yo Ma, mientras en el resto de espacios me gusta disfrutar del admirado Pierre Fournier.
Ojalá mi amiga del correo electrónico entienda el esfuerzo por continuar la historia, a través de otra escena.