1 de mayo de 2009

Imaginar al otro

Hace unos días, mientras desembalaba unas maderas protegidas por periódicos, quedó delante de mi, por azar, una hoja de El País del 1 de octubre de 2005. Reparé en ella porque contenía un artículo del escritor Amos Oz: El mal tiene un olor inconfundible. Recorté la página. Hoy la leí.

Él dice que el mal supremo no es la guerra, en sí, sino la agresividad. Y que uno de los poderes que mejor puede desactivarla es imaginar al otro. El artículo termina así:
Imaginar al otro no es una mera herramienta estética. Es además, a mi juicio, un imperativo moral fundamental. Y, sobre todo, imaginar al otro es un placer humano profundo y muy sutil.

En la misma jornada que encontré esa hoja ví una película que ya me parece inolvidable: En el séptimo cielo. Imaginar al otro. Es muy difícil pasar a palabras lo que sucede en el interior de esos personajes, como unos se imaginan también lo que puede estar viviendo el otro. Y aún así, sólo pueden actuar. Pensé de inmediato en una película de Ingmar Bergman que ví hace años: Infiel.

Me llamó tanto la atención el artículo de Amos Oz, porque siempre me ha parecido que imaginar al otro emana un perfume sutil y hasta erótico, que surge en primer lugar de la atención. Prestar atención al otro, dedicarle atención, escucharlo y recrearlo con la imaginación (la única percepción fiable), imaginarlo. Y también es una forma de estar cerca, de sentarse cerca para aspirar su aroma. Y sorprenderse. Imaginar al otro exige aceptarlo, con todo lo difícil que eso es. Y eso sucede, por ejemplo en la música, cuando dos voces avanzan en un diálogo entrecruzado, que también puede ser profundo y sutil. Escuchar la música a mí me ayuda a imaginar al otro.