26 de enero de 2010

¿Por dónde voy?

Un sol muy intenso atraviesa todo el vagón. Algunos asientos hacia delante una mujer enseña a leer a sus hijos con un texto hecho de frases cortas. Palabra por palabra. Y cada poco uno de ellos, al que imagino pegado a la hoja y siguiendo la estrecha línea de arabescos que deben ser las letras para él, se detiene y como si lo invadiera una angustia repentina pregunta por donde va. Supongo, porque no los veo, que entonces ella pone su dedo en el renglón, señala la última palabra e infunde la confianza necesaria para retomar la frase. Continuar.

Cada cual se tapa hasta donde le alcanza el poncho
, dice Ataulpa Yupanki. Escucho su música interpretada al piano, sin su voz. Falta su voz.

En el mismo vagón leo unos versos de T.S. Eliot. Y también me pregunto cada poco, no muy distinto del niño, que por donde voy.
Señora, tres leopardos blancos se posaron bajo un junípero.
En la tibieza del día, habiéndose alimentado hasta la saciedad
De mis piernas mi corazón mi hígado y todo lo contenido

En la hueca redondez de mi craneo.
Y dijo Dios:
¿Acaso vivirán estos huesos? ¿Acaso
vivirán?


No conozco el original pero no me suenan bien estas palabras traducidas. Pero sí me gusta pensar y sentir tres leopardos blancos.

Empecé pensando que iba a copiar un poema entero de Joan Margarit: Nunca quemes las cartas de amor. Pero hoy no. A cambio miro de reojo su último libro: Misteriosamente feliz.

La sensación de esperar algo que no se puede nombrar, aguardar sentado en esta silla y, mientras tanto, escuchar la música.