27 de junio de 2012

Carta

Aquí, en un día de muchísimo calor, en este año

Quería escribirte sobre algunas cosas que siempre están pendientes:
la cercanía y la distancia, el sonido de lo que se quiere, la memoria, lo que se cuida, lo que permanece, también lo que se va.

Ayer decidí al fin escribir esta carta porque en dos versos de Peter Handke encontré casi todo lo que quería decirte:

Lo que TODAVÍA soy:
Soy todavía uno de los presentes.

Así que aún estoy aquí, aunque no me veas (ni yo a ti).

Hay un tipo de araña que vive bajo el agua, sumergida. De una manera laboriosa, lenta, teje una burbuja de aire que asciende a la superficie: una esfera de aire construida de manera trabajosa. Me gusta pensar que un hilo de seda hace de cordón umbilical y le permite respirar en un medio que no es el suyo.

Escribir cartas no parece muy diferente de eso.

Soy todavía uno de los presentes. Y el árbol que podé en diciembre (días negros y helados) ha dado fruta en Junio. Es un cerezo, luego te envío una foto. Es un árbol alto y esbelto, elegante y da unas cerezas pequeñas con muy buen sabor. El sabor de las cerezas, ¿recuerdas?

Un hombre busca quien le ayude a terminar ya, a irse. En los alrededores polvorientos de una gran ciudad. Hasta que encuentra alguien que le habla del sabor de las cerezas.

Así que subí a una escalera muy ligera y fui arrancando cada pequeño racimo de esa fruta roja. No es fácil coger cerezas sin dañar el árbol. Y donde no llegaba con el brazo me ayudé de una vara larga para inclinar la rama (pola se dice en gallego) y traerla hacia mi.

Me volví a sorprender de lo flexible que es un árbol. Un cerezo es nuestro junco japonés: curvándose sin romperse.

Los mirlos son unos grandes comedores de cerezas, les encantan. Así que muchas veces mis dedos tocaban donde ellos ya habían estado. A veces hasta la fruta mantenía su jugo, acababan de pasar. Pájaros y personas disputándose el fruto.

Hace años mi padre me trajo madera de cerezo: quería que hiciera algo con ella. Y lo hice. Tal vez un día puedas verlo. La madera de cerezo es cálida, anaranjada, buena. Da gusto tocarla.

Una tarde, río arriba, te pasaste varias horas hablándome de como las hormigas corrían por tu mano y por el tronco de los árboles. Les ponías puentes y ellas cruzaban, cargadas, de un lugar a otro. Son trabajadoras, gregarias, diminutas y muy poderosas. Luego dibujaste un hormiguero que aún tengo en mi mesa (imagino que debajo hay infinitas galerías y todo un sistema paralelo al nuestro).

Solo con escuchar, se cuida. Y si se mira a las hormigas uno aprende a perderse. Que es ganarse. Pocas cosas hay más relativas que la cercanía y la distancia, a no ser que uno caiga en burdos engaños kilométricos: una cinta métrica no lo mide todo.

Y el sonido de lo que se quiere es el silencio. Cerca.

Y los olores, el tacto, no son muy diferentes de las vibraciones sonoras.

Y la memoria solo existe cuando viaja hacia delante y hacia atrás con igual velocidad (y necesidad).

Es posible que te gusten esos versos de Handke. Están en un poema que se titula:
Lo que no soy, no tengo, no quiero, no me gustaría. Y lo que me gustaría, lo que tengo y lo que soy.
El subtítulo es biografía de una oración.

Coger cerezas es una oración. Escuchar es una oración. Callar también lo es. Nada que ver con las religiones.

No sé donde estarás, ni si estarás. No sé nada. Por eso existen las oraciones de los no creyentes. Para eso dan fruta por ejemplo los cerezos. Y para eso los mirlos han desarrollado una maestria al comer la fruta. Existen tal vez sin razón ninguna.

Y todavía es emocionante ver que no hay razón ninguna ni posibilidad de entender nada.

Por eso alguien puede decir que soy todavía uno de los presentes.

(no hay despedida, sí una firma)