6 de junio de 2012

Una parte del mundo que es habitable

Tres encuentros.

El primero es una conversación de teléfono. Hablo con un niño de cinco años, nunca nos hemos visto, y de pronto él se para y me pregunta: ¿a qué no sabes cómo es mi cara?

El segundo es con una frase que me vino a la cabeza y la anoté hace días. Desde entonces me observa: Caminar a lomos de una ola inquieta, por momentos violenta.

El tercero es el final de un artículo de Muñoz Molina: palabras que nacen de una soledad y parece que llegan sin mediación a otra.

Y hay una cuarta certeza: por las noches vuelve el invierno (aunque en algunos ríos es posible que, cuando hay luz, ya vuelen las libélulas). Un buen amigo me dijo que todas las noches, como un monje en su códice, dibuja alas de libélulas e intenta que brillen con todo su color. Lo hace como una ofrenda a quien se enfrenta a la muerte. Es duro. Pero si alguien dibuja alas de libélula brillantes para ti, y solo para ti, está dibujando un mapa de la parte del mundo que es habitable.