24 de octubre de 2012

En el interior de un líquido

Ahora pienso que los motivos invisibles son los de verdad poderosos. Lo pienso mientras te escucho.

Viajo hacia dentro de algo que desconozco, no necesariamente hacia su interior, dijiste. Y parece un sueño: la voz diminuta de unas máquinas pulsa unas teclas muy finas que al golpear una pieza de metal hace vibrar algo que parece perderse en el interior de un líquido.

Eso ocurre mientras miro el desierto a primera hora de la mañana, escribiste. Viajo hacia dentro como en una hipnosis, sin ninguna sensación de control. Llegar aquí exige varias jornadas de viaje intenso, y llegar a decidir este viaje supuso soportar la indecisión durante un tiempo largo. Las danzas de la incertidumbre, no muy diferentes a la invisible agitación que el calor produce sobre los granos de arena del desierto y sobre los diminutos seres vivos que viven entre ellos.

Apenas hay huellas, la vida se refugia bajo tierra. Pero escuchaste tu nombre. Te giraste y no había nadie. Tampoco tenía sentido que tú pronunciases el nombre de alguien. La arena parecía estar transformándose en diminutos granos de sal y todo el horizonte fue adquiriendo un ligero tono blanquecino.

No fue fácil encontrar el camino de vuelta.

Cuando llegaste a tu habitación del otro lado del mundo me contaste todo esto. Tus palabras viajaron y comenzaron a ejecutar su danza en la memoria. Hasta que me pareció experimentar una sensación parecida a la que describias porque su sonido se perdía en el interior de un líquido.

Un líquido que se agitaba contra los lados del recipiente que lo contenía y del que no se veía el borde pero del que se sentía su resonancia. Imaginé la bodega vacía de un gran barco de metal. Y tuve que encender una luz.