17 de diciembre de 2008

...tantas cosas que contarte

Esta mañana, al salir de la cita que tenía con el médico del hospital fui a desayunar a una cafetería cercana. Hacía frío, aún era temprano. Me senté frente a una mesa del fondo del local, escapando del frío que entraba por la puerta cada vez que se abría. Mientras tomaba el café y miraba por el gran ventanal, vi acercarse por la acera a una mujer joven con su hija pequeña, de unos dos años. Las dos me llamaron la atención. Eran una pareja bien compenetrada y la niña traía una bufanda más grande que ella, bien enrollada alrededor de casi todo su cuerpo. Su vestido era divertido, aunque ella venía muy seria. Entraron a la cafetería y comenzaron a sacarse los abrigos. Seguían formando una pareja excelente. La niña se puso de rodillas en la silla para poder mantener una buena altura respecto a la mesa y parecía que a la conversación con la que tenía que ser su madre, que al rato la llevó en brazos al cuarto de baño. Había un encantamiento, o algo por el estilo, en ver a aquellas dos mujeres y también en ver como se necesitaban. Me gustaba observarlas. Cuando decidí salir tenía que pasar a su lado. Así que les sonreí y apoyé mi mano en la cabeza de la niña, mientras la miraba para que no se asustase. Entonces su madre me devolvió la mirada y comenzó a traducirle lo que estaba pasando. La niña miró hacia donde yo debía estar, ya no llevaba la bufanda, tenía un vestido con un gran bolsillo delantero, como para dejar todos los lápices del mundo. Había algo en sus ojos que no se concretaba, más gris de lo normal, en el centro. Siguió mi mano en su pelo y dirigió sus ojos hacia donde calculó que andarían los mios. Me despedí de las dos y salí. Esta pieza, tal vez, es de otra música.