4 de noviembre de 2009

La voz de un aniversario

Debería haber escrito al llegar del concierto, pero estaba muy cansado o no encontré las fuerzas. El viernes pasado el auditorio de Santiago celebraba su vigésimo aniversario con algo especial, Paul Daniel dirigía a la RFG y cantaba Ute Lemper. Era un día especial.

La tarde empezó abriendo un libro de John Cage en una librería. Eso, en si mismo, ya tiene algo de escucha porque de ahí salen siempre cosas inesperadas. Y me encontré con una fotografía de Llorenç Barber en uno de sus conciertos de campanas. Y la memoria comenzó a funcionar. A construir y también a borrar. Casi podría celebrar el vigésimo aniversario del día en que conocí a Llorenç en un concierto de campanas en Segovia. Me pareció un tipo maravilloso.

Llegué al auditorio con mucha antelación para, de alguna extraña manera, concentrarme. Y sentado en la butaca ví pasar una persona que hace otros veinte años formó parte de mi familia y a la que sigo apreciando. Hacía años que no nos veíamos.

Comenzó el concierto. No conocía físicamente a Ute Lemper ni a Paul Daniel. Pero la orquesta sonaba muy bien bajo su dirección y él transmitía la música con sus movimientos, sin batuta, con las manos abiertas. Me gustó. Eran piezas con dureza y sarcasmo de Kurt Weill, reconozco que no era la música que esperaba, aunque la totalidad del concierto le ofrecería sentido a toda esta primera parte.

La fiesta de celebración venía luego. Primero escuché la voz de Ros Marbá leyendo un pequeño texto sobre al aniversario, no me la imaginaba así, aguda, diminuta, excesivamente forzada por hablar en gallego. Y volvió a salir Ute Lemper (con un vestido inolvidable). Para cantar las piezas del exilio de Kurt Weill en EE.UU. Otra música que también incluía nostalgia y dureza, aunque de otra manera. Cantó con emoción y mucha precisión, como una actriz también. Luego, tras una pieza de Erik Satie, interpretó varias canciones que todos conocíamos.

¡Y con qué ritmo!, parecía que había que sujetarla para que no saliese disparada entre sus movimientos casi de baile. ¡Cómo dirigía el sonido por todo su cuerpo, sacándolo en pequeños avances y retrocesos, a saltos, de manera intermitente, en una fluidez constante. Y casi al final, "In the port of Amsterdam", una extraña marcha casi militar hacia la tristeza.

Es el primer concierto de esta temporada en que regresé a casa por la noche en silencio, cien kilómetros escuchando las últimas voces.