11 de febrero de 2011

Los recuerdos son el combustible

Las personas diminutas, la luz brillante.
Encuentro esta frase en una libreta de notas y quiero tenerla cerca.

Para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar viviendo. Y para el mantenimiento de la vida no importa que esos recuerdos valgan la pena o no. Son simple combustible. Lo escribe Haruki Murakami en "After Dark"

Hace unos días me crucé con un poema de un autor que no conocía, el polaco Vladimír Holan, que me llevó hasta una gran reserva de combustible, intacta en algún lugar no lejos de aquí. Voy a copiar el poema:

¿Qué después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí
al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo
pensando que el principio de nuestra resurrección, la de todos los difuntos,
lo anunciará el simple canto de un gallo...
Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento...
La primera en levantarse
será mamá... La oiremos
encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo del café.
Estaremos de nuevo en casa.

Viví durante mucho tiempo una resurrección así. Conocí el silencio de la casa cuando el fuego de la cocina comenzaba a calentar. El olor de la lumbre, la confianza que ofrecía. Las piñas secas prendiendo en la madera. Los pasos sigilosos. Un silencio cuidadoso para no despertar a quien todavía quería dormir.

Cuando comencé a vivir fuera de la casa y volvía a ella en invierno, en las vacaciones, llegaba de madrugada. Cerca de la estación, el tren cruzaba el río a través de una densa niebla y mucho frío. Toda una noche de viaje, sin poder dormir apenas. Desde la ventanilla de aquella especie de camarote veía pasar los árboles desnudos y entonces sabía cuanto los había echado de menos. Aún estaba amaneciendo.

Por eso llegaba a la casa cuando el fuego empezaba a calentar la cocina y el resto de la casa permanecía congelada.

Ahora leo "Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro" de Oliver Sacks. En uno de sus capítulos, habla de lo que denomina conciertos involuntarios, una especie de sonidos que de pronto comienzan a acompañarnos a todas horas y en todo momento y que pueden llegar a ser difíciles de controlar. Y siento que los recuerdos se parecen mucho a esa idea de concierto involuntario, de sonidos y silencios que viajan a nuestro alrededor.