23 de febrero de 2011

Los demonios y la noche

A los demonios no les gusta el aire libre, dice Ingmar Bergman. Por eso salgo a caminar por la mañanas (él dice que los demonios le asaltan por la noche). Admiro a este hombre, al menos a la construcción que voy haciendo de él desde hace años. En otro lugar, lejos de aquí, leí sus tres libros traducidos. Luego, poco a poco, algunas de sus películas. Y no hace mucho, Fresas salvajes.

Ingmar Bergman se parece físicamente a mi tío Andrés. Son casi idénticos. En su aspecto físico ninguno de los dos me inspira confianza. Pero cuando Bergman comienza a hablar, o cuando escribe, tengo la sensación, la certeza, de estar delante de alguien que sabe de qué va la raza humana. Sobre todo porque identifica muy bien las miserias y los miedos y aun así sigue adelante con sus proyectos. Siempre me lo he imaginado como un tipo valiente.

En el último documental que rodaron sobre él, la presentadora le pide que describa cuáles son sus demonios. Y él aparece con una pequeña lista manuscrita y comienza, uno por uno, a describirlos. Con más de ochenta años y ante una cámara. Sensible e implacable. Consciente. Pero lo mejor de todo es que, al terminar (y había unos cuantos) le dio la vuelta a la hoja y dijo que quería añadir cuáles eran los demonios que no tenía. El orgullo de no haber sido engullido por unos cuantos agujeros negros.
Admiro a alguien con ese conocimiento.