19 de febrero de 2011

Una luz blanca

Salí a caminar por las calles, tal vez a buscar un libro. Ya era de noche, llovía un agua mansa, como blanquecina, triste, que el paraguas no detenía. Caminé en silencio, hablé, seguí andando. Daba igual. Y al llegar frente a la catedral escuché el ruido de un generador y más gente de lo normal en el pórtico. Me detuve y entonces recordé que había un concierto, anunciado desde hace semanas, y que la lluvia me había hecho olvidar.

Entré al Pórtico do Paraíso. En la música antigua aparece continuamente la palabra paraíso. ¿Qué significará? Cantaba el grupo vocal The Tallis Scholars, dirigido por su fundador Peter Phillips. Once músicos cantando a cappella en una catedral, música sacra, sagrada. Pero con un añadido que es la primera vez que veo: la mezcla de música renacentista (Palestrina o William Byrd entre otros) con un músico vivo, Arvo Pärt.

Es la primera vez que escucho un programa tan valiente y tan bien escogido, que además el público reconoce y valora por el hilo espiritual que une el siglo XVI con el XXI. Una de las pocas veces en que la clasificación no juega malas pasadas y como resultado la música contemporánea se relega a ser la primera pieza de un concierto, como teloneros de lujo del clasicismo.

Arvo Pärt es una maravilla. Podría comparar mi música con una luz blanca en la que están contenidos todos los colores. Solo un prisma puede separar estos colores y hacerlos visibles, este prisma podría ser el espíritu de quien escucha, dice el compositor.

Una luz blanca. A mi me gusta escuchar la gran dedicatoria al piano que es Für Aline. Y el cedé verde con Tábula Rasa que me regaló L. y con el que descubrí a este músico estonio. Años más tarde, la pareja de L. me regaló la sinfonía nº 3, op. 36  de Henryk Górecki. Músicas muy diferentes pero cercanas en el tratamiento espiritual, en lo sagrado, también en el dolor de una nota que se instala en nosotros y va creciendo, zigzagueando, de la memoria a lo que está por venir.

No es una música triste (lo pienso mientras suena Für Aline). Es el silencio que precede al recogimiento. Aquel en el que uno respira más hondo porque sabe que se enfrenta a lo que no tiene fondo ni final, a algo infinito. Y necesita coger fuerza y seguridad, coger silencio.

Los antiguos asociaban lo sacro, lo sagrado con un hueso central en nuestro cuerpo, el hueso sacro. El centro del cuerpo es el centro del silencio, del recogimiento.

Y eso flotó ayer en el concierto de la catedral. Magnificat, Miserere y Nunc Dimitis de músicos renacentistas y de Arvo Pärt. Y el hilo del agradecimiento y de la entrega no se había roto en todos esos siglos.

Era de noche pero se podían ver algunos colores.