13 de febrero de 2011

Sin atajos

Hace unos días recibí un correo con un texto atribuido a Jorge Luis Borges. Y el caso es que ya es la segunda vez que, desde diferentes lugares, me llega el mismo texto. Es ese en el que un supuesto Borges de 85 años (tengo hasta dudas de que sea suyo) se lamenta de haber vivido la vida entera de manera tan correcta e "higiénica" y escribe sobre todo lo bueno que haría si volviera a vivir, y que dice haberse perdido (habla de tomarse las cosas con menos seriedad, de caminar descalzo, de contemplar más amaneceres...).

Hace tiempo también circulaba por muchos lugares una larga carta atribuida a Gabriel García Márquez en la que reflexionaba sobre su vida en un momento en el que una supuesta enfermedad terminal le había hecho ver la vida de otra manera.
Parecen textos con buenas intenciones y aire seudopoético que se me caen de las manos en las primeras palabras. Sean o no de ellos no me merecen mucho interés (ni aprecio). Ahí no está la valentía ni el gusto por correr "riesgos" que dice el supuesto Borges.

Cuando la cosa se pone difícil a mi no me sirven de nada esos supuestos atajos bienintencionados, que incluyen buena parte de lo que se debería hacer y además cómo hay que hacerlo. Parecen recetas de cocina dedicadas a explicar la elaboración en unos pocos minutos de un plato que tarda horas en cocinarse. Y además horas de dedicación plena (y gustosa). Creo que hay que vivir al límite, pero eso no tiene nada que ver con la apariencia de vivir al límite. Es otra cosa. En realidad es algo que solo sirve para cada persona, es una trayectoria que está pendiente de ser trazada.

Hace unos días escuché a Amancio Prada interpretar el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz en una antigua abadía. En ese poema maravilloso es donde se habla de la noche sosegada, de la soledad sonora, de la cena que recrea y enamora. Y por supuesto de la música callada.

Durante mucho tiempo, y sigue ocurriendo con igual intensidad, cuando no busco un atajo necesito estar cerca de la Música callada de Federico Mompou. Sencillamente porque tiene la cualidad de señalar, por algo parecido a la decantación (el silencio), lo que es importante de verdad. Separa las emociones y al final te deja a solas con lo que de manera cierta está contigo. Y entonces, por fin, puedes escuchar algo.