15 de septiembre de 2011

El mundo oscuro

Leo un pequeño texto escrito por el fotógrafo Antoine d'Agata:
Mi empatía con el mundo oscuro se paga al contado. Asumo el peligro de mis riesgos.

Me gusta esa frase. Sobre todo por lo que intuyo que puede haber ocurrido hasta que uno llega a escribir algo así. La percibo como el último cristal de hielo de un enorme iceberg que navega en una deriva secreta, personal.

Ayer vi un documental sobre una cueva llena de grandes cristales de yeso que crecían, según el científico que los estudiaba, al ritmo del grosor de un pelo por siglo. Y ahora mismo son moles de decenas de metros.

Leo En el camino, de Jack Kerouac. Llevaba años queriendo hacerlo y una extraña pereza hacia ciertas lecturas que parecen obligatorias me alejaba de él. Todo eso desapareció en las cinco primeras páginas. La otra noche, muy tarde, tuve que parar la lectura para levantarme a ver como era Kerouac físicamente. Murió a los 47 años. Escuché su voz en un archivo de internet.

En cada capítulo de su loco viaje del este al oeste para regresar al mismo punto siento una empatía con su oscuridad. Y la valentía de asumir el peligro, de asumir su mundo y borrar la queja. Eso y una intensidad llena de tristeza e imposibilidad. Leo y leo el viaje, aparentemente enloquecido y vibrante y la oscuridad parece atravesarlo y silenciarlo. Me deja callado.

Kerouac habla, por ejemplo, de una alfombra que su tía ha tejido con las ropas que la familia iba desechando a lo largo de los años. Ahora estaba terminada y extendida en el suelo de mi dormitorio, compleja y rica como el propio paso del tiempo.

Un buen amigo le llama a todo esto, con cierto aire irónico: el metatema