13 de septiembre de 2011

Infinity Mirror Room

Había anotado el título de una obra de Yayoi Kusama: Infinity Mirror Room. Recuerdo la experiencia de atravesar la habitación de los infinitos reflejos, con luces diminutas que iluminaban y también ocultaban.

Pienso en la música del Gran Norte. En un órgano de 1698 escuché la espiral ascendente del Passacaglia y fuga BWV 582 de Bach. Pero también a Buxtehude y Frescobaldi. Una iglesia al caer la tarde, una música que te sostiene el corazón, dijiste. Encendí una vela, sin la fe religiosa que podría llevar a encenderla, pero con la confianza en que su pequeña llama existiría hasta el final.

Los sonidos del mar. Había anotado una dirección web: listentothedeep, y entro en ella. Hace años escuché en la radio, en pleno invierno y lejos de aquí, un concierto que se iba haciendo en directo sobre una mesa de mezclas a partir de los sonidos que recogían varios micrófonos, situados bajo alguno de los principales puentes de ciudades europeas cruzadas por un río. Recuerdo voces lejanas mezcladas con el motor de algún barco o lo que parecía el batir del agua.

Escuchar las profundidades no es algo muy diferente, aunque su propósito sea científico. Sentado frente a una pantalla de ordenador se pueden seguir en tiempo real los sonidos que una boya submarina recoge y luego envía a quien quiera escuchar. En varios puntos del planeta. Y pienso que es otro Bach, otra espiral. Y me hace acordarme de la película de Pere Portabella El silencio antes de Bach y, entre otras cosas, del camionero que interpretaba a Bach en la cabina del camión.