2 de septiembre de 2011

Penínsulas, océanos

Entro en una libreria buscando algo concreto y mientras busco en las estanterias doy con un libro de Amos Oz que no he leído. Son tres pequeños textos y casi al azar leo el inicio del tercero:
"Haz la paz, no el amor" es un dicho acuñado por mí que quiero aclarar desde el principio para que no haya malentendidos. No estoy en contra de hacer el amor, estoy en contra de confundir amor y paz, lo que es siempre una confusión sentimental.
Compro el libro, Contra el fanatismo se titula, y sigo leyendo.

Ningún hombre es una isla, dice John Donne. Me atrevo humildemente a añadir a esta maravillosa sentencia que ningún hombre ni ninguna mujer es una isla, pero que cada uno de nosotros es una península, con una mitad unida a tierra firma y la otra mitad mirando el océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje ya muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando el océano.

Ser una península. Estar unido a tierra firme junto a la experiencia de estar en el extremo último de esa misma tierra, frente a lo desconocido y a lo poderoso. Reclamar el derecho a ser una península.

Me gusta John Donne desde hace tiempo, desde antes de saber quien era o en que época vivió. Hace años que he ido encontrando sus citas en autores a los que admiro.

La escucha puede ser un modo de habitar esa península. La escucha musical tiene mucho de esto porque avanza a través nuestro mediante la cultura y la tradición, al tiempo que supone un querer quedarse solo y vulnerable en la última roca antes de las olas de un mar bravo.

Ya de noche, escucho en la radio una parte de la suite Iberia de Isaac Albéniz. Los sonidos atraviesan tierra firme hasta llegar a esas últimas rocas, me sorprenden por lo novedosos que me resultan, no estoy acostumbrado a ellos, parecen acompañarme hasta la última tierra antes del océano. Espero al final para saber de qué se trata y me encuentro con la sorpresa de que está interpretada por el pianista Esteban Sánchez. Esa puede ser la razón.

No es la primera ocasión en que me cruzo con el nombre y con la interpretación de este pianista. A lo espléndido de su música se suma lo poco y cautivador que se de él. En la cima de su carrera, cuando Daniel Barenboim le reconocía como un músico excepcional, él se retira cerca de Badajoz porque no quiere vivir instalado en la frenética vida de un concertista (al menos esta es la versión que conozco) y se dedica a su familia y a dar clase en el conservatorio de la ciudad.

Quiero conseguir el disco con su interpretación de la Iberia de Albéniz. Le admiro también antes de conocerlo algo más, (probablemente todos construimos personajes, yo desde luego lo hago).

Me viene a la cabeza una frase de Joseph Brodsky:
la creatividad es el comentario de una vasta playa cuando un grano de arena es engullido por el océano.