8 de septiembre de 2011

Un día y tres minutos

Un día entero caminando en una montaña que siempre tiene casas cerca.
Recoges algún tesoro del suelo y lo escondes en el bolsillo. Crees que nadie se ha dado cuenta.

Cerca de un río, no muy ancho. Por momentos, muy cerca de él.
Voces conocidas, entre ellas la del arrendajo y sus advertencias a todo el bosque. Siempre hay perros, y una víbora pequeña, muerta, y el silencio de una garza real, gris, poderosa.

Aunque hay alguna conversación hay silencio. Los dos bastones con los que te gusta caminar baten contra el suelo, es un ritmo. Hay avellanos, nogales, muchos manzanos con la fruta sin recoger y cerca de las casas vides a punto de madurar. Al inicio y al final algo de lluvia, en medio de la jornada sol sin viento. Un día en calma.

Intento transcribir lo que recuerdo, me gusta verte caminar.

Luego querías bañarte en agua muy caliente, casi hirviendo. Querías cenar y beber vino. Y al llegar a casa pensaste que un día así había sido la mejor preparación para poder escuchar tres minutos de música. Querías el preludio de la primera Suite para chelo de Bach.

Solo esos pocos minutos, no es la primera vez.

Y después, hasta cansarte, solo escuchar la lluvia sobre el tejado