25 de abril de 2008

La voz de la tierra

Ayer, el solista de violín Marat Bisengaliew intervenía con la orquesta antes del descanso. El tiempo del concierto estaba medido, los horarios se cumplían, hasta que el músico, ante los aplausos del público y la mirada incrédula de la orquesta a su espalda, interpretó dos piezas a mayores y casi parecía que iba a tocar una tercera. Parecía que podía la emoción y su gusto por seguir tocando, además música española (Tárrega, Granados). Pero alguien encendió las luces del escenario y todo aquello se esfumó.
Hace casi dos meses, en el concierto de la Orquesta de cámara de Noruega, al inicio de una de las partes su director se equivocó de pieza. El concertino lo miró, sonrieron, pararon, y empezaron de nuevo con la pieza programada. Hasta ahora han sido las dos únicas salidas de programa que presencié en Santiago. Todo lo demás se adecuó perfectamente a lo planificado.
A mí me gustó ver un error en directo, me pareció que humanizaba la música, que interpretaron magistralmente luego. Cuando ayer el violinista consumía el tiempo del descanso, los músicos de la orquesta lo miraban con signos inequívocos de desaprobación: se está pasando, me pareció leer.
Probablemente lo que me gusta del error, o de ciertos momentos de emoción plena que podrían parecen poco adecuados, es que se producen a pesar nuestro. Parecen tener independencia, exigen su existencia. Una vez le escuché al escritor (y traductor al castellano de Peter Handke) Eustaquio Barjau hablar de algo parecido: lo que él llamaba la voz de la tierra. Dijo que era aquello en donde el hombre no tiene toda la palabra, la voz que se producía donde el hombre no ha gobernado. Y de ahí, según él, venía la calidad única. La misma voz que se escucha en movimientos cíclicos como el caminar, los latidos del corazón o las mareas, y en movimientos más imprevisibles, como una charla entre personas.
Y ponía un ejemplo: si el hombre habla o gobierna en todas las fases, se producen objetos perfectos, aunque todos iguales. Si se deja hablar a la tierra, entonces se producen objetos, seres vivos, con imperfecciones pero dotados de una calidad que los hace únicos. Por eso se puede comprar, decía, un Mercedes por teléfono (todos son igual de buenos) pero no un instrumento musical con una calidad y personalidad propia. Cada uno es diferente, y al músico le gusta escuchar su sonido propio (si es que lo tiene) antes de decidirse. La calidad no tiene nada que ver con el estándar, eso es lo que diferencia a los pianos Yamaha de algunos otros. Dijo esto en una conferencia titulada La lei natural en la música de Debussy, que tuvo lugar en el CGAC de Santiago el 14 de octubre de 1997.
(Hace once años que mis anotaciones de aquella conferencia estuvieron guardadas en una libreta y luego en un ordenador. Ahora pienso en qué tuvo que suceder para que hoy las escriba aquí).