28 de abril de 2008

El mismo mar, la misma música

(...)
Escribir como un mercader ruso que está de camino
hacia China: encontró una cabaña. La dibujó.
Por la tarde observó por la noche anotó
al amanecer terminó se levantó pagó y se puso en camino
por la mañana temprano
Es un fragmento de El mismo mar, del escritor israelí Amos Oz. Dediqué la tarde a seguir leyéndolo, fue un regalo que llegó a casa hace dos días. En uno de sus capítulos, el narrador describe la escena cuando se sienta frente a su mesa, con bolígrafo y folios. Y música. Ese día, el Réquiem de Fauré.
Me apeteció escuchar esa misma música. Estaba agradecido por las páginas que acababa de leer. Sabía que tenía ese disco, lo busqué y lo puse. Hace años, una noche compartí la música que se escuchaba en una casa nueva para mí. Mientras dormía en aquella habitación, alguien vino y acercó uno de los dos altavoces del equipo a mi puerta entreabierta. En dos habitaciones distintas, escuchábamos la misma música.