28 de enero de 2011

Como un iris

Ayer fue tarde de concierto.
Ahora llueve con suavidad y hace menos frio.

La RFG tocó el concierto para piano núm. 1 op. 15 de Brahms y la Sinfonía núm. 1 de Kurt Weill.

Y algo extraño me sucede con la música de Weill, de quien ya había escuchado alguna otra pieza en el auditorio. No identifico lo que es, pero ayer me volvió a suceder.

Esta sinfonía se desarrolla en un solo acto: grave, allegro vivace, andante religioso y larghetto se suceden sin ningún silencio intermedio. Al inicio no parece fácil de escuchar, se pasa por tramos en que los sonidos parecen discutir entre si y recuerdo una especie de continuos toboganes por los que se deslizan de una manera poco predecible. Cuando escucho algo así, sé por qué me gusta este tipo de música y por qué me aburro, o pierdo interés, frente a otro tipo de sonidos.

Pero la música avanzaba girando cada vez más cerca. A veces pasaba rozándote. Cuando llega al andante religioso todo parece estar decidido: estás dentro de un viaje y estás empezando a internarte en un territorio que existe según lo vas atravesando. Como abrir un fruto y ver las pepitas, algo circular y generoso en la mano.

El larghetto parecía avanzar en esa nebulosa (que no sabría si me gusta o no), como una nave se interna en espacios oscuros y lejanos. Fue la experiencia de atravesar umbrales, de ir a través de planos que se abren como un iris cuando intuyen que ya estás cerca.

Ese es el extraño viaje, en un bucle a veces desasosegante, con el que asocio una parte de la música de Weill. Y algo de eso creo que quedó en su etapa de Nueva York, cuando trabajó en lo que sería el musical americano. Algunas piezas de George Gershwin me lo recuerdan.

Durante el regreso escuché en la radio como leían un relato de Ambrose Bierce: En el código militar el silencio y la inmovilidad son formas de deferencia. Pensé en la frase sobre el placer de la entrada anterior.

Y hoy, en cuanto pude, volví a escuchar el Viaje de invierno de Schubert.