30 de enero de 2011

No, no tardaré mucho

Últimamente, de pronto,
en medio de algo cotidiano y pequeño
me llegan voces perdidas de hace tanto,
acentos, sonidos,
expresiones y gestos
aquellas voces de niños
y de tardes de infancia, de subir
a ciruelos y cruzar sigilosos a la huerta de al lado
para robar la fruta y salir volando.

¿Y por qué llegan de pronto las voces del pasado?
Inconexas, como aves perdidas del grupo migratorio
¿Cuántos años han pasado de la infancia de los setos, sorbas,
los manzanos y el sauce llorón?
Aventuras infantiles al lado del caudal,
conquistando rocas como si fueran islas.

Me fui hace mucho tiempo
pero sin previo aviso llegan a veces voces

Éstas y otras voces del pasado

Me rozan con sus alas


Hace unos meses, en el otoño, una persona a la que aprecio de verdad y a quien conozco desde hace años escribió este poema y me lo envió (me pidió que le guardara el anonimato de una manera ingeniosa y ahora no se me ocurre otra). Hoy, mediante uno de esos procesos incontrolables y que obedecen a una corriente desconocida, lo sentí cerca y dialogando con unos versos de Robert Frost que tengo copiados en no sé cuantas libretas, porque siempre que me los encuentro me parecen únicos:

Voy a limpiar el arroyo, en los pastos...
Sólo rastrillaré las hojas secas.
(Y quizás me detenga hasta ver clara el agua)
No, no tardaré mucho. -Ven también