9 de enero de 2011

Música de danza y una idea obsesiva

Hace tiempo escuché en la radio una pieza para violonchelo llena de intensidad y fuerzas contradictorias. Como otras veces (no demasiadas) tuve que parar lo que estaba haciendo y escuchar. Era un diálogo de un instrumento consigo mismo: varias voces conversaban alrededor de una melodía endiablada, que por momentos tenía aires populares, (zíngaros o algo parecido). Parecían los ecos de una fiesta en el campo mezclados con una línea obsesiva que iba y venía. Una música que casi invitaba a bailar y a su alrededor una obsesión dramática, dura, sin contemplaciones.

No tenía ni idea de qué se trataba, hasta que al final dieron la referencia: la Sonata para violochelo solo op.8 de Zoltán Kodály. Y estos días conseguí el disco, en una interpretación de Xavier y Jean-Marc Phillips (porque además del Op. 8 hay el duo de la Op.7).

Escuché los tres movimientos, "Allegro maestoso ma appassionato", "Adagio" y "Allegro molto vivace" mientras cruzaba los campos bajo una tormenta que no muy lejos debía ser de nieve. Recuperé cosas de la primera vez que la escuché, una línea de atención, de sorpresa y de intensidad parecida a aquella vez. Y descubrí otras emociones. Son sonidos que mezclan la música más popular con el presagio, ya una realidad, de la música del siglo XX. Kodály era un aficionado a las "excursiones etnomusicográficas" y esos aires se dejan sentir.

Pienso en esa música y me gusta la luz de esos países, aunque no haya estado. Pienso en Béla Bártok, su amigo, y también en Josef Sudek. Y en las nubes de hoy.

¿Puede ser que los días hayan crecido algo?.