20 de marzo de 2012

En oleadas

Es muy raro, es extraño. Que una música fúnebre, una marcha, tenga la capacidad de activar las células que revitalizan el cuerpo.

Una marcha fúnebre. Todo se detiene a su paso. Todo se activa. Las emociones quedan más desnudas, difíciles. Aunque con una dignidad que solo tiene aquello que existe a pesar de casi todo.

Se hace el silencio. Está cruzando. El último camino se hace durante la noche, a plena luz del día. Retrasas un poco los pies, apenas te mueves, es difícil sostener la mirada. Se escucha como llega, y como tras un caminar sin vuelta atrás, se va alejando. El día, la tarde, la noche es gris. Y la piel de los tambores apenas se roza al inicio y al final, como si no fuese música, como si fuese un adiós.

A veces todo es extraño.

Había escuchado una música. Era el inicio de una pieza de Wagner. La recuerdo como un rumor de olas, como las ondas del mar llegando poco a poco, sin detenerse, avanzando. Cada vez más cerca. Olas. Así se la describí a mi amigo C., confiando en que dariamos con ella. Preparó una selección con partes escogidas de Wagner, un autor que no está (tal vez estaba) entre mis preferidos. Pero el mar que buscaba no se encontraba allí. Luego, otra selección escogida y tampoco.

Pasaron las semanas. Escuché una marcha que me recordó aquellas olas. Volví a una de las selecciones buscando ahora esa marcha. Y sí: en la pista nueve la Trauermarsch, la marcha fúnebre, el entierro de Sigfrido de la ópera El ocaso de los dioses de Richard Wagner.

Así que de una manera rara, inesperada, otras olas llegaron y se van a quedar un tiempo largo. Esta música es capaz de invadir cualquier lugar al que llegue, en oleadas de serenidad y decisión, de acuerdo entre la muerte y quien la observa, de profundidad y también de decisión por pasar a algún lugar que parece otro lugar.

Ahora la escucho de pared a pared. A veces uno encuentra los sonidos justos para un momento concreto. Hasta encontrar ese acoplamiento es raro, pero a veces se produce. Esta marcha hacia el otro lado, pasando cerca de donde estoy. Alargando el brazo, extendiendo los dedos para rozarla. Imperturbable, callada, en una noche que no es oscura, continua su ritmo.

A través de estos y tal vez otros caminos.

La veo avanzar.