15 de marzo de 2012

Lo que queda es un olor

La casa huele a pan recien hecho. No hay pan acabado de hacer. Pero el recuerdo de ese olor hace que el día ya pueda terminar.

O empezar.

El día casi siempre comienza con un olor. Es bueno pararse y olfatear mientras todo se mueve alrededor. Para saber que olor trae consigo ese mundo. Todo pasa cerca, rozándonos la piel, acariciándonos, también cortando; todo a la vez, todo en un segundo.

En esas situaciones me gusta quedarme quieto y callado. Cerrar los ojos para saber cuando ha pasado y se aleja. Entonces, oler.

Porque algo ha quedado y eso es para quien quiera continuarlo.

Un buen amigo me recuerda que Lo que queda es con lo que empiezas,
una cita de Charles Wright que escribe Raymond Carver.

Lo que queda casi siempre es un olor. Que continua rozándonos mientras lo que está vivo se agita.

¿Cómo cuidar un tesoro?, ¿dónde guardarlo?, ¿de qué, de quién protegerlo?
Jacques Brell canta sobre una manera de cuidar el tesoro que el paso de los años desluce. Es una de las pocas canciones de estos días. Así que entré en la galaxia del ordenador para buscarla.

Pero no la encontré.

A cambio, allí estaba Amsterdam. Otra vez esta vieja música sobre los puertos, escuchada en la versión que Brell cantó en el Olympia de París. Los aplausos, la voz arrastrando los pasos, su decisión de avanzar como una nave poderosa, cargada, que se aleja, que se interna ahora que el día ha terminado.

Marsella al amanecer. Génova. El mar oscuro y por momentos sucio. La huella de los barcos, su olor también. El frío de la noche, caminar entre los muelles. Esperar. Señalar un lugar con la mirada y dirigirse allí. Solo por esperar. Lo que queda es el olor, que con algo de suerte, antes o después pasará cerca.