3 de marzo de 2012

El cielo de Finlandia

Una historia para tocar con la punta de los dedos. Una vieja historia.
La escena principal tiene lugar alrededor de las voces. Es la historia de la polifonía, el comienzo de una parte de la música o el acuerdo que se considera como uno de los comienzos. El canto, el recorrido de varias voces. El contrapunto.

Voces que comienzan una frase, una letanía, una misa de difuntos, un canto alegre. Cualquier tema sirve para hablar, para ser cantado. Y la comienzan alrededor de un círculo, mirándose a los ojos. Pero comienzan a cantarla progresivamente y cuando una acaba de dibujar las primeras palabras la tercera aún está en silencio.

Y luego se van cruzando, entrecruzando. Porque alguna vuelve atrás, rehace una palabra. Y la otra sigue rápida, circular también. Y en algún momento en el que parece que va a surgir el silencio, la historia continua.

Sueña un poco, sueña conmigo.

Un verso, por ejemplo, que no recuerdo a quien pertenece y que encontré entre algunas hojas, pero que podría ser cantado a varias voces. Y cuando algunas comenzaran a murmurar su inicio otras ya habrían dicho algo sobre los sueños.

Podría ser una frase para Monteverdi. Y en otro contexto, con igual intensidad, para Luys de Narváez o Cristóbal de Morales o Juan Gutierrez de Padilla.

Así sonó ayer, desde el frío, esta música en la catedral. La voz brillando sobre el oro del fondo.

La polifonía.
Un día finlandés,
necesito un largo día finlandés;
tan largo
como cuarenta días corrientes.

Y los pasos a lo largo de la nave central espaciaban los sonidos y los iban posando lentamente en los asientos. Hacía frío, mucho frío. Pensé en Finlandia. Egun finlandier bat.

Quiero un día finlandés
para seguir hablando contigo;
tus palabras me hacen bien,
me tranquilizan por dentro.

Te comenté algo del paraíso
y tú me dijiste, sí, en el paraíso...
en el paraíso hay frutas bellísimas,
pero también el infierno puede estar allí.

Así que acepté aquellas voces que adoraban a un dios que no conozco y que luego reconocían la incapacidad frente a la muerte. La muerte. Desaparecer en la nieve, el viejo miedo de cruzar la montaña y sentirse, en algún momento, exhausto. Y con ganas de abandonar. Y pensar que tal vez este sea un buen sitio, se parece al paraíso.

¿Es posible cambiar radicalmente de vida?
¿Cuántas veces se puede empezar de cero?
Son preguntas difíciles, pero no para ti.
Tu eres mi amiga, te quiero.

Un largo viaje para escuchar las voces que ayudaban a Tomás Luis de Victoria a cantar su Réquiem, una de sus últimas misas. Frío, mucho frío. Pero luego la vida se expandía en luces brillantes al caer la noche.

En medio de la catedral, Egun finlandier bat, el poema de Bernardo Atxaga, me vino a la memoria verso por verso. Y las voces que cantaban Cui luna, sol et omnia empezaron a entonar el ritmo algo rockero con el que Gari canta este día finlandés.

Hemos hablado de tantas cosas,
de la droga, de la ansiedad;
hemos hablado de la libertad personal
de que tenemos que ser libres, siempre.

Y un río parecido a las lágrimas comenzó a fluir a través de ese misterioso país. Hemos hablado de tantas cosas que a veces la música escribe sobre ellas un Agnus Dei sin dios. Y hasta tiene sentido. 

Regresé. Aunque estaba solo conecté otra vez los cascos (últimamente me gusta hacerlo, antes lo odiaba). Y encendí, fuerte, Un largo día finlandés. Contigo. Un poema sin final porque me lo sabía de memoria pero la música ahora sonaba abierta y limpia, cortante, entregada.

Pero en un momento dado, aquella música me hizo escuchar otra voz hablando de otro país:
un día finlandés no, tal vez, en algún momento, un café.

El cielo de Finlandia siempre es azul.

Pensé en maldecir aquí los cafés, uno de los lugares que más me gustan en el mundo. Pero me sonreí frente a la impotencia. Luego pensé en los lagos helados de Finlandia bajo un cielo azul.

No sé como terminar.