8 de marzo de 2012

Una fiera de ojos brillantes

En mitad de la montaña.

Atravesando caminos que cruzan los bosques de hayas, en mitad de una pista helada cubierta con la nieve de la noche pasada, de los días pasados. En estos lugares, aunque el día sea luminoso, la oscuridad va con uno. Y un frío imposible de ahuyentar vuelve a merodear como una fiera a la que solo delatan unos ojos brillantes.

A veces la nieve es sucia. Por ella han pasado personas, animales y las hojas de los árboles.

Te observo.

Y como no tengo otra cosa que hacer pienso y recuerdo. Y me viene a la cabeza una fotografía de Alexandra David-Neel, la primera mujer en llegar a Lhassa, la capital del Tibet, en 1924. Y me acuerdo que anoté en mi libreta el pie de foto:

La autora, en el Tíbet, vestida de ermitaño. Lleva al cuello un rosario de 108 cuentas hecho con 108 cráneos humanos distintos. En el cinto lleva la daga mágica, y colgando de él se ve la trompeta Kongling, hecha de un fémur humano.

Por la noche aquí apagan la luz. Se raciona la energía que produce una pequeña batería. Desaparece la luz y el calor. Pero a cambio parecen oirse mejor unos copos grandes, densos, constantes, que caen de manera mansa sobre la claraboya. Son muchas horas hasta que vuelve el sol. Me gusta tener una pequeña linterna cerca, con ella leí el pie de foto que había copiado.

Entonces me vino a la cabeza un pensamiento:

Alexandra David-Neel somos todos.

Y mientras nieva, solo queda esperar que esta vez el día llegue y haga bien su trabajo de dejarnos permanecer aquí un poco más. No para lucir los abalorios de la selva, de las expediciones. Tal vez para desayunar (ya habrá vuelto la luz), calentarnos un poco al sol e intentar caminar cerca de algún árbol.