28 de marzo de 2012

Una herida cónica

Hace alrededor de veinte años me hice una herida cónica. Suena raro el término pero lo aprendí del médico. Me la hice con un taladro: mientras perforaba una madera la broca salió por el lado donde tenía apoyada la otra mano y, suavemente, entró en la piel.

Estaba solo. Salí corriendo hacia un centro médico y por el camino me recogió un coche que pasaba. Cuando llegué el médico salía por la puerta pero volvió a entrar. Me atendió y me curó. La herida no parecía querer cerrarse y yo le pregunté por que no me daba unos puntos de sutura.

Entonces fue cuando me dijo que aquella herida era cónica (y tenía esa forma, era cierto) y que si se cerraba por arriba, la parte ancha del cono, dentro se crearía una bolsa de infección. No, aquella tenía que cicatrizar de abajo arriba, drenándose de manera natural. No había sutura ni rapidez posible. Sería lento y habría riesgos. Era una herida extraña, aunque él actuaba con mucha calma.

La herida acabó curando y dejó una marca en la piel que ahí sigue.

Ir cerrando leí el otro día en una carta, y me acordé de lo que me había dicho aquel buen médico. Ir cerrando. ¿Qué significará?

Duermo tan profundamente, un ramo en mis manos
y en mi frente la herida roja

Son dos versos, de Edith Ronsperger si no me equivoco, que forman parte de las Cinco canciones para voz grave y orquesta de Franz Schreker. Son los dos últimos versos.

No conocía ni al autor ni la pieza pero escuché a la mezzosoprano Jane Irwin cantar esas cinco canciones en un concierto hace muy pocos días. Y no se me van a olvidar.

Una música densa y por momentos sombría que fluye de manera natural a través de esa voz que cantó con una entrega y una concentración sin fisuras. Verso a verso, aun sin comprender la letra, se percibía un descenso a través de un río hacia un lugar al otro lado de la espuma que rebotaba en las piedras. Al través del agua, gracias a la corriente: un sitio en el interior de ese flujo, donde se podía respirar y también dormir. Dormir durante tiempo, mucho tiempo.

Cuando acaban músicas así agradería mucho el silencio. Porque aún está caminando por todo el cuerpo, dejando su rastro, abriendo una ruta. Pero llegan los aplausos. Y al final también aplaudo. Fue una interpretación única.

Toda la orquesta, dirigida por Josep Pons, participaba de esa concentración. Tenía ganas de escuchar a este director. Me gustó verlo moverse, señalar los momentos centrales, ayudar en esa ruta. Además de Schreker, tocaron un breve fragmento de Mahler y la Suite del Burgués Gentilhombre de Richard Strauss, op. 60, una pieza que quiero volver a escuchar con mucha atención.

Me gustaría entender algo sobre lo que significa decir que la música fluía (como ocurrió ese día). ¿A través de qué fluye el sonido cuando se experimenta esa emoción?

¿A través tal vez de una herida a la que solo se puede cuidar manteniéndola lo más limpia posible?

¿Una herida cónica?