17 de julio de 2012

La higuera

Lo mejor del día es el olor de la higuera por la noche.

Me gusta su olor, dulce y verdoso. Cuando hoy lo sentí pensé que lo propio de los recuerdos es convivir con el olvido y el cambio. Transformaciones gigantescas sobre la cabeza de un alfiler. Un alfiler transformado en el ojo de un insecto. Un ojo constante que todo lo recuerda mientras nada permanece en su sitio.

El alfiler de la higuera me hizo olvidar durante unos segundos el imán de un pájaro cerca de un árbol desnudo. Los pájaros. Y también el olor del té recién abierto, con la menta comenzando a flotar. El olor del papel escrito, la tinta verde. El color de una caja sobre esta mesa.

Detrás de la higuera está lo que queda de hoy. Un niño que quiere ser Deep Purple mientras sus padres preparan café. Y un mensajero vestido de azul que trae un paquete de color verde. Y una cartera que cubrió ausente y se sorprendió cuando alguien respondió a su llamada (nadie está ausente, eso ya debería saberlo).

Salimos a la noche y entonces viene el olor de las grandes hojas de la higuera. Teníamos una detrás de la casa (siempre hay una detrás de las casas). Y alguna noche miraba sus hojas a través de la ventana iluminada: parecían pequeñas manos que querían alcanzar el cristal.

Algo bueno del día es cuando la higuera va soltando su silencio y muchos otros cambios.