18 de agosto de 2012

Un cauce para una llama

A veces las cosas pueden ser más sencillas (e intensas).

Lo realmente decisivo es disponer de un cauce para aquello con lo que uno quiere dialogar. Algo, un dispositivo, un lugar, que permita encauzar lo que de otra forma se extendería sin límite y sin cesar por cualquier superficie que le ofrezcamos.

A partir de ahí hay que pensar que condiciones estamos dispuestos a asumir para ese cauce: cuáles son sus costes, su posible dependencia o independencia, su disponibilidad para las personas con las que nos gustaria hablar.

Y de no existir ese cauce, ¿cuál es el dispositivo que permite que la olla a presión no explote?, ¿cuáles son esos otros cauces que surgen y que ni tan siquiera elegimos?

Hace días que anoté parte de la presentación que Gustavo Martín Garzo hace en uno de sus libros, La habitación de al lado:

Pero se habla sobre todo del gozo humano, un gozo algo pesaroso, extraño. Como si fuéramos portadores de un mensaje, un mensaje que no comprendemos ni sabemos a quién llevar. Los mensajeros de un mundo desaparecido. Así es nuestra vida. Al dolor de no saber lo que somos se sobrepone el asombro de descubrirnos portadores de algo precioso. Algo que no debe perderse, parecido a una pequeña llama. Eso es vivir, llevar esa llama de un lado para otro, aunque no sepamos para qué.