26 de septiembre de 2012

El color de la zona oscura

Un bosque
y de pronto los árboles parecen convertirse en plantas acuáticas, tal vez nenúfares.
O en una mano posada sobre el agua, sin hundirse en ella, sin apenas mojarse.
Apoyarse en estos árboles y sentir la respiración.

Pintar la luz sobre las hojas verdes y el laberinto sin oscuridad.

Estás mirando como varios ojos permanecen atentos a los giros del viento sobre los tallos finos, algunos sumergidos. Varias cosas pasan a la vez, solo puedes sentir que eso ocurre y respirar algo parecido a un color terroso, rojizo.

Entonces llegó el olor a tormenta. Y dijiste que querrías vivir en el color de algunos bosques (nunca había escuchado nada semejante). El color de la zona oscura.

A veces la nieve es oscura. Lo primero es su sonido, sabes que está nevando cuando poco a poco llega el silencio o las pisadas amortiguadas de los coches, muy amortiguadas, musicales casi. Es la nieve de un niño, el cielo como acero, limpio. Todo detenido.

Piensas en la noche y en la nieve. Cada noche es una variación más a partir de un tema que desconoces. Cuando lo dices, tiemblas porque no entiendes. Saber algo sobre los ciclos, alrededor de lo que no tiene fin y sobre lo que nada puedes decidir. Y que sin embargo te afecta.

Entonces, sin que nadie te escuche y mirando fijamente al hombre de Kiefer:
Espérame, volveré.

Dos palabras. Y entre una y otra el ciclo de la ausencia, que ocupa media vida.