5 de septiembre de 2012

Justicia. No la fuerza bruta del derecho

No es esto compañeros, no es esto
por lo que murieron tantas flores,
por lo que lloramos tantos anhelos.
Quizás debamos ser valientes de nuevo
y decir no, amigos, no es esto.
 (...)
 No es esto compañeros, no es esto;
nos dirán que hace falta esperar.
Y esperaremos, bien es cierto que esperaremos.
Es la espera de los que no nos detendremos
hasta que no sea preciso decir, no es esto.

Durante toda la conversación escuché de fondo estos versos escritos por Luis Llach. Permanecí atento a aquella descripción de la imposibilidad, también de la dignidad, y la música de esta canción compuesta hace más de treinta años regresó, aunque hacía mucho que no la había escuchado. Dijo que el sesenta por cien de sus compañeros de trabajo no tendrian contrato este año. Y todavía desconocía de que lado de la balanza caería su caso particular.

He pensado durante un cierto tiempo en abrir una etiqueta con ese primer verso: no es esto compañeros, no es esto. Y lo voy a hacer. Me gustaría que tratara de las cosas que tienen que ver más con la justicia que con el derecho, tal y como lo escribe Simone Weil:

Los griegos no tenían la noción de derecho. No tenían palabras para expresarlo. Se contentaban con el nombre de la justicia. (...)
No es imaginable san Francisco de Asís hablando de derecho. (...)
Si se le dice a alguien capaz de escuchar: "Lo que usted me hace no es justo", se puede golpear y despertar, allí donde nace, al espíritu de atención y de amor. No sucede la mismo con palabras como: "Tengo derecho a...", "usted no tiene derecho a..."; encierran una guerra latente y despiertan un espíritu de guerra. La noción de derecho, puesta en el centro de los conflictos sociales, hace imposible desde todos los ángulos cualquier matiz de caridad.

¿Qué quedará de toda esta situación si solo acudimos al derecho?
No es esto compañeros, no es esto.

Así que volví a casa, busqué la canción, me coloqué unos cascos capaz de aislarme de algún tipo de soledad y puse, con todo el volumen soportable, la música de Llach. Y esperé que fuese penetrando en los dos hemisferios cerebrales, que llegara a las circunvoluciones internas, a las más oscuras, al cerebro también reptiliano, a todos los lugares, de lado a lado, con la confianza de que cuando las voces hacen los coros, entonces, el área encargada de la memoria también se activaria y aquello sería un proceso irreversible. Y me pareció un buen ejercicio.