3 de diciembre de 2011

Fugas

Una historia que no comienza, parece haber existido siempre, recorre un trayecto y llega a un punto imaginario que en nada se parece a un final.

Al mismo tiempo, con unos segundos de diferencia, otro camino pasa por esos mismos lugares pero centra su recorrido en puntos intermedios algo diferentes del anterior.

Y una tercera ruta se adentra de manera sinuosa en ese espacio oscuro e indeterminado, llegando en ocasiones a observar como las otras dos, o una sola de ellas, se desplazan.

Las tres historias parecen confluir a pesar de hacer viajes distintos. Coinciden en que pese a las dificultades su decisión de viajar es inquebrantable. Siempre avanzando, no siempre hacia delante, muchas veces en círculo o dando grandes rodeos para reunirse con quien permanece a su lado.

Llegadas a ese final imaginario nada termina. Es solo otro punto intermedio entre los infinitos puntos de anclaje a un territorio que se curva sobre sí y que pareciendo hablar de todo solo lo hace de el mismo. Lenguaje para explicar un lenguaje.

Pienso en esto mientras leo los últimos capítulos de 1Q84 de Haruki Murakami, es decir, el volumen dos (que se corresponde con el libro 3). En el volumen uno (libros uno y dos) se decía que la obra estaba estructurada como la música de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Y ahora, cuando va transcurrida buena parte de la escritura, lo percibo en cada párrafo. Pero hay diferencias entre los dos volúmenes. El primero parece corresponderse bien con esa estructura repetitiva de preludio y fuga. Pero este segundo volumen a mi me recuerda más a El arte de la fuga, también de Bach.

Tres voces. Tres historias. Dependientes unas de otras porque se dibujan entre ellas. Imposible fijarse solo en una porque una parte de su superficie depende de la voz que dialoga con ella. Un entramado complejo en mitad de una historia infinita, sin límites.

La soledad es otra fuga. Varias voces de uno mismo, separadas y dependientes como los colores de la luz, se adentran en un cuerpo negro, como el espacio, en un viaje sinuoso y sin final.

Es curioso, al citar la soledad en el blog he tenido en el correo más respuestas que nunca (!). Sí, a mi también me pasa: viajar cerca de esas voces es extrañamente reconfortante, algo así como esa afligida esperanza que una persona a la que aprecio escribió. Creo que se debe al bienestar que produce observar de cerca una luz que nos gusta, en lugar de prestar atención solo a lo que esa luz pudiera iluminar.