14 de diciembre de 2011

Las flores eran de nieve, los ríos de hielo

El 14 de diciembre de 1911, hoy se cumplen cien años, el noruego Roald Amundsen llegó al Polo Sur. Fue el primero. Unos días después, el 16 de enero de 1912 lo hizo el inglés Robert Scott, aunque junto a todos sus hombres moriría en el regreso a la base. Sus cuerpos y sus escritos fueron encontrados en la nieve por otra expedición el 12 de noviembre de 1912.

El descubrimiento de los polos, los viajes al ártico y a la antártida me atraen igual que un imán. Son viajes literales y también metafóricos. Es el viaje al frío y a las tierras lejanas y perdidas, solitarias, imposibles de habitar. Salvo en la imaginación. Y son viajes que me gustan a pesar de su romanticismo y a pesar de la competitividad que había en esas expediciones.

Traté de leer los diarios de Scott, las notas que se encontraron junto a los cuerpos. Hay palabras duras que expresan una gran frustración por no haber sido los primeros, pero también hay una profunda humanidad y compañerismo. En un lugar imprevisto, un libro de poemas de Bernardo Atxaga, encontré esta misma admiración y una transcripción de lo último que Scott escribió:

Viernes 16 de Marzo o sábado 17
Así marchó a la muerte Titus Oates: anteayer entró en la tienda con la idea de no volver a despertarse. Sin embargo, ayer despertó vivo. Nos dijo: «Voy a salir. Quizá tarde algo en regresar». Fuera, la tempestad era espantosa. Se perdió en el blizard blanco y no lo hemos vuelto a ver.
Sólo puedo escribir mientras como, y a ratos. El frío es terrible. Cuarenta grados bajo cero. Mis compañeros intentan mostrarse animosos, pero todos tenemos algo congelado. Aunque nos decimos mutuamente que saldremos de ésta, nadie cree seriamente en tal posibilidad. 

Jueves 22 de Marzo
La tempestad no amaina. Wilson y Bowers no han podido salir hacia el depósito. Mañana haremos el último intento. Sólo tenemos combustible y comida para uno o dos turnos. El final se acerca. Hemos decidido que sea natural. Seguiremos hacia el depósito y moriremos en el camino.

(Un tiempo más tarde leí algo, no consigo recordar donde, sobre una traducción poco fiel de estas frases con el objeto de ensalzar, mitificar, la figura de Scott. Pero no tengo los datos).

Luego descubrí un libro: El peor viaje del mundo, escrito por Apsley Cherry-Garrard, uno de los compañeros de Scott que sobrevivió porque formó parte de los expedicionarios que permanecieron en la base. Miro la fecha: lo leí hace ahora once años, en medio de una montaña. Desde entonces ese ejemplar me acompaña físicamente, casa tras casa. Es un libro inolvidable porque en él está escrito, muy bien escrito (el título de esta entrada aparece al describir la primavera en la Antártida), uno de los viajes de invierno que una persona puede emprender.

Cuanto más horribles eran las condiciones en que dormíamos, más tranquilizadores y maravillosos eran los sueños que nos visitaban.

Si no estuviera escribiendo frente a una pantalla, ahora me gustaría preguntar por otros viajes de invierno.