31 de diciembre de 2011

La belleza es una voz que cuida nuestro sueño

Último día del año.

Escucho la música del Shakuhachi, una flauta que se utilizaba como instrumento de meditación en algunas tradiciones japonesas. Empiezo a descubrirla, hace poco que conozco estos sonidos. A veces está sola, y es el correr del aire al través de sus pequeños agujeros, y a veces surge en la compañía de otros instrumentos tradicionales.

El Shakuhachi es lo más parecido a una voz, a palabras que algún viento apenas deja oir pero de las que percibimos su sonoridad y su sentido. Una voz que no habla por si sola, sino con quien la escucha, que toma su tono y su decir del viento que cruza todo nuestro cuerpo, un aire agitado por remolinos más o menos rítmicos.

El Shakuhachi es una música de la respiración. A veces se escucha el aire de un lamento. O el de la melancolía. A veces se siente en la piel el viento de la crueldad extrema. Su sentido es marcar el tono para que los otros sonidos del cuerpo se situen en su escala y, de alguna manera, se acallen.

Ayer escuchaba la radio. Alguien hablaba de que la única salvación podía venir por la belleza. Una opción para aportar un poco de sentido a la crueldad, a la sinrazón, a los trazos despiadados que pueden cortar a una persona en varias personas, a través de un filo frío.

El agradecimiento a quien te ha salvado es infinito. Vives gracias a ese ser, que se convierte en una existencia, en una presencia intensa y cierta como un árbol o una piedra. A pesar de su invisibilidad.

Cuidar la belleza es conquistar la belleza. Hacerla. Soplar con el ritmo de la respiración y hacer que el Shakuhachi emita su particular viento. Darle voz a una pequeña flauta. Atender a lo que está pero no se muestra y, a pesar de eso, sigue estando. Empeñándose en viajar con nosotros. Capaz de velar nuestro sueño sin rozarnos la piel, solo a base de voces pronunciadas en una noche y para una persona.