19 de diciembre de 2011

La niebla de esta noche

Se acabó el día. Es tarde y hace horas que la luz se fue. Pero aún no quiero que llegue la noche. Me vienen a la memoria unas cantigas medievales que esta tarde escuché. Las busco. Busco unos sonidos para mostrar el agradecimiento.

Cesaria Evora. Se fue la cantante de las mornas, de la saudade de Cabo Verde que no es muy diferente de la portuguesa, de la del noroeste. Formas de la melancolía o, tal vez, de echar de menos la niebla. Pero si miro hacia fuera apenas se ven algunas luces amarillas, hoy la niebla lo cubre todo. Tuve la suerte de escucharla en directo, de verla cantar de pie y con los pies descalzos. Me gustaba el ritmo que había en sus pequeños movimientos. Hoy tenía 70 años.

El pasado veintitrés de noviembre murió Montserrat Figueras, tenía 69 años. Hice un largo viaje para escucharla cantar en directo, con su grupo Hespèrion XXI y junto a su pareja Jordi Savall. Tal vez ella habrá cantado también estas canciones medievales que ahora escucho. Tenía una gran voz y también una sensibilidad excepcional para entender los ritmos de la voz interior. Ella cantaba desde otro lugar. Me gustaba. Me gustaba mucho. Era una mujer elegante, llena de belleza. Escucharla era verla caminar.

Y hoy domingo dieciocho de diciembre se fue Václav Havel, el escritor checo que incluso fue presidente de Checoslovaquia. Pero yo lo conocía desde hace años por un libro rojo de tapas duras, con una pequeña foto en la portada, que guardo en una mesilla de noche: Cartas a Olga. Lo leí hace mucho, envuelto en el frío de una casa sin calefacción. Desde la prisión, entre 1979 y 1984, escribe cartas a su mujer que son un ensayo y también una confesión sobre el amor, la dignidad, la memoria, sobre la dificultad y la necesidad de ser una persona.

Ahora, una voz entona los cánticos medievales. A su lado una zanfoña, un pequeño tambor, otras voces. Así es la noche. De alguna manera quise y sigo queriendo a estas tres personas con las que jamás crucé una palabra. Agradezco el haber podido estar cerca de algo que hicieron y que creo que me hizo mejor.

Hoy leí una frase de Foucault, citada por Comte-Sponville, que sin el contexto queda algo extraña pero aún así me apetece copiarla:
Lo que se anuncia es que el hombre se ha "acabado", y que al llegar al final de toda palabra posible, no es al corazón de él mismo donde llegamos, sino al borde de lo que lo limita: en esta región en que merodea la muerte, en que el pensamiento se extingue, en que la promesa del origen retrocede indefinidamente.

En esa soledad y en esa desesperanza, con la promesa del origen retrocediendo indefinidamente, existe la alegría de compartir el espacio con quienes queremos, gente a la que desconocemos y a la que conocemos. Y escucharlos. Y permanecer en ese silencio.