21 de abril de 2012

Abecedario de posibilidades

Veintiuno de abril de 2012.
Un aniversario, porque hace cuatro años que empecé a escribir en este blog. Y habría que celebrarlo.

Hace bastante tiempo (mucho más que este aniversario) hice una cosa que titulé Abecedario de Imposibilidades. Alabaron el título pero realmente detrás de aquello sí había una gran imposibilidad (y también una gran juventud). Esto también pasará, dice Chantal Maillard, unas palabras que se han convertido en un mantra particular. Y aquello también pasó.

Años después, en esta pantalla, he decidido modificar el título. Este blog solo me ha traido cosas buenas. Muchas y muy sorprendentes. Imposibles de prever y de calcular. En estos cuatro años se ha convertido para mi en un lugar de encuentro y de posibilidad.

Estas son algunas de las letras de ese abecedario de posibilidades. Alrededor de ellas no hay más que agradecimiento.

M. aún reinaba en la época en que abrí este blog. Cuido la planta que nos sacó de una mañana oscura. P. fue la primera persona que escribió un comentario (ocultos ahora), a las pocas horas de arrancar. A los pocos minutos I. dejó una reflexión y una foto preciosa, de rojo, declamando un texto en un teatro. Y O. enseguida me envió algunas sugerencias que con el tiempo se han ido convirtiendo en diálogos musicales más sugerentes.

En el viaje de invierno me encontré con personas excepcionales: el frío de B. atravesaba la piel de M. y algo de eso llegaba al correo. D. escribió el nombre del blog y eso lo sacó de una especie de clandestinidad íntima. L. hizo lo mismo (¡que elegante es L.!). Y A. aun no ha cumplido su primer aniversario.

Todo parecen emes, pero así es: M. dijo cosas sobre el Gran Norte que se incorporaron a la brújula. R. imaginé que me sujetaba la mano en el avión y de paso abrió algunas entradas del blog como se parte una sandía un día de verano, un día luminoso y cálido en el que no hay nada que hacer: solo ser feliz.

P. siempre identifica el murmullo de la corriente y me escribe sobre cómo limpiar el manantial. Con J. se recuperó un espacio perdido hace años y además escuchamos juntos un mal concierto (inolvidable ahora). Y con J. regresó todo con un abrazo entre algunas palabras. M. apareció con una intensidad increíble y con la misma contundencia desapareció: echo de menos ese encuentro.

Descubrí a S. hablar y escuchar con una gran calidad desde su silencio (¡y que bien hace el pan!). C... bueno, gracias a C. existe para mi mucha de la música que conozco y gracias a M. los Gurrelieder (eme... me sonrío pensando que podría extenderme un poco más pero me voy a contener).

A. me explicó con mucho detalle como cuidar los árboles y A. los tomates (y me recomendó lecturas, siempre confío en su criterio). Y por V. supe como era Japón, su Japón. Gracias a B. entré en el mundo interior que tiene tras de si un piano y a M. le regalé libros con portadas inventadas (...pero nada). C. escribió en alemán historias que no entendí. Y con J. reapareció la amistad.

E. me respondió de manera minuciosa y cálida a un montón de datos y sugerencias y F. envía pequeños detalles de sus viajes diarios que marcan con mucha nitidez mis días. D. calla mientras envía fotos de hoteles (me gustaría desarrollar esa amistad). Y con S. comparto las palabras y los gestos (gritos y susurros) sobre la lluvia en el tejado: cualquier lluvia, cualquier tejado.

Y en esto apareció B.: un ave, tal vez un pájaro: No creo que el primer deber del hombre sea definirse, si hay un deber primordial tendría mas que ver con la experiencia de profundizarse. Tragué saliva porque esta era la presentación.

Esto... y los encuentros que no existen en la bandeja de entrada del correo pero que igualmente existen y son poderosos. Con S. sobre el viaje al silencio, con A. sobre la caja negra que acumula datos sobre los viajes de nuestra vida, con R. sobre el cómo y el porqué hay que utilizarlo todo, siempre; con A. sobre como cada gesto es, en sus palabras, el último cigarrillo del condenado a muerte (fumado con placer).

Todas las historias que he escrito son autobiográficas, ninguna es una confesión. Son palabras de Amos Oz. También las agradezco porque así ocurre en este blog.

La ficción forma también parte de la autobiografía. Y la memoria, a la que me gusta acariciar como a un animal capaz de devorarte si se siente atacado, forma parte de esa misma ficción.